Si hay algo que siempre me gustaría haber hecho, es ver como podría ser otro planeta, visitándolo y mezclándome entre los alienígenas y alimentarme de su fuente de conocimientos y forma de vida.
¡Pues verán!, he tenido la grandísima suerte de haber sido abducido a ese otro astro imposible, ni en sueños podría haberme imaginado. ¡Eso sí!, con plena seguridad y de mutuo acuerdo con la astronauta que me ha invitado.
La nave era un tanto estrecha, no iba solo en ella, había otros tantos personajes que habían tomado conciencia de la importancia de conocer otros mundos, amén de los alienígenas de a bordo, todo hay que decirlo. Aunque apretados, todos llegamos a buen puerto, los medios de desplazamiento aéreos siguen las mismas pautas a los nuestros, a tanto el centímetro cúbico y el peso, de manera que no nos sorprendamos si mañana alguna compañía nos cobra por la altura, diámetro y densidad del cuerpo.
Cuando aterrizamos y desembarcamos del OVPI “objeto volante perfectamente identificado”, me llamó la atención el olor, ¡si!, olía a mar, como el nuestro del océano Atlántico, un aroma inconfundible de agua salada batida por las olas con perfume a pescado vivo y fresco, así que como podrán averiguar quienes conocen los gustos del narrador, esa primera experiencia me pareció dulce y extraordinaria.
Nos llevaron a otro pequeño OVPI, pero este explícito para nosotros, con capacidad para cuatro que se quieren mucho y así disfrutar de este satélite por nuestra cuenta y riesgo potenciando la aventura dispuesta a experimentar.
Me costó un tanto manipular aquel pequeño vehículo especial, pero a los primeros kilómetros extraterrestres ya lo dominaba con pericia. El camino hasta la sede donde nos deberíamos alojar discurrió sin sobresaltos, un terreno árido y seco con paisajes marcianos, al estilo de la película Desafío Total de Arnold “no hay quien escriba tu apellido”, pero sin mujeres de tres pechos, ¡quede claro!
Llegados a la recepción nos atendió una ser increíblemente amable y oriunda de la tierra, guapa y muy atractiva que debía rondar los treinta y tantos años terrestres. Cuando empezó a explicarnos dónde teníamos nuestro espacio privado de descanso y aseo, nos dejó perplejos, la dulzura y tranquilidad con la que se expresaba acentuaba su gracia a la misma vez que nos relajaba. A la primera de cambio, en especial por la dureza con la que nos comunicamos en el centro de la ibérica península, me vi en la obligación de rogarle disculpas al estilo de uno más de los oriundos, quien sabe observar, aprende muy rápido.
-Imagino que aquí los otros somos nosotros, y desde luego te estresamos tan solo hablando -comenté.
Aquella alienígena del reino de Lanzarote respondió con una eterna sonrisa, una dádiva que no se tocaba, pero se sentía, oía y veía. Lo dejaba muy claro y patente, no había ser capaz de alterar su estado en la decimoquinta dimensión, una zona imposible de conocer si no eres de aquí.
Después de algunas preguntas de por dónde podríamos empezar el periplo por tierras tan misteriosas y excepcionales, nos despedimos con un hasta luego, dejamos nuestros trastos y demás chismes en la habitación para empezar a conocer ese otro lugar que pocos han visitado, muchos han oído hablar y otros que lo han visitado ni se han enterado, algunos han dedicado su estancia a la fermentación y maceración de la digestión antes, durante y después a probar los sinsabores de las circunstancias del que no sabe, tiene miedo o no entiende y aprovecha para dormir la mona al siniestro sol cuando aprieta, ahoga y tuesta la piel de color torrefacto, nada tiene que ver con ponerse moreno, solo queda comprobar si huelen a pollo quemado.
Subimos al mini OVPI y nos dispusimos a adentrarnos en aquel aparente e inhóspito terreno negro como el carbón, donde las blancas vías de indicación destacaban aún más el fino azabache de la región. Tan solo las líneas de división, contrastaban con ese color tan fiero y diferente cuando es monte y horizonte todo lo que ves.
La primera sorpresa nos la llevamos al ver la vegetación, miles de cactus de colorido verde diferentes, algunos incluso como los árboles de nuestra civilización, pero con púas y pinchos por doquier, como si las plantas se protegieran de los que foráneos y forasteros, dando a entender…, si las intentas hacer daño, el perjudicado vas a ser tú.
Nos detuvimos en una de esas inmensas glorietas sin más decoración que la autóctona flora y los colores de la madre tierra que les parió, rojo y negro, ¡no falta!, jardines especialmente diseñados para alimentarse de los minerales de las entrañas y beber del roció y de la humedad de la zona, porque regar casi no es necesario.
Al bajarme del vehículo de transporte me llamó la atención una zona de rocas abruptas, ásperas y al estilo de la isla, pinchaban por todas partes. Tomé una del tamaño de un balón de balonmano, pesaba más de lo habitual, pero al coger otra similar mucho más porosa a la anterior, casi se la lleva el viento, era tan ligera como una pluma. ¡Contrastes!, una maravillosa experiencia llena de salvajes disparidades perfectamente hiladas y colocadas gracias a la idea de un alienígena llamado Manrique, según dicen por ahí. Él supo combinar la belleza del entorno y adaptar la arquitectura al medio natural y lo consiguió en todo el territorio isleño.
A medida que íbamos descubriendo los parajes de este mundo de ensueño, donde la austeridad es minimalismo al más puro estilo, seguían apareciendo inmensos cactus, algunos nacían de un tronco, como el de cualquier árbol, pero con una gran diferencia, las hojas no eran lo que son, sino manos y brazos del mismo origen de la planta, dando la impresión de ser un fruto olvidado pero permitido, algo parecido a los tiempos del jardín del Edén y la puñetera manzana que nos obligó a salir del paraíso.
Cada una de esos seres vivos aparentemente inanimados, parecen almas de lugareños y extranjeros que habiendo gozado de la virtud y la hospitalidad de esta tierra en apariencia inhóspita, no fueron capaces de olvidar la tranquilidad y el sosiego que produce plantarte sentado, de pie o como te de la real gana, durante un tiempo a observar y escuchar el silencio del viento que aúlla desde el interior de esas montañas de ceniza volcánica, convertida en azabache unas veces y en rojo en otras. Hasta del color de la silícea arena se puede observar como parte de frontera marítima. Los alienígenas conejeros lo llaman, el sur.
Curvas, rectas, semicurvas, riscos lejanos, otros…, ¡hostias nos despeñamos! y cercanos horizontes, gatos…, sobran por todas partes, lagartos autóctonos casi no quedan gracias a los felinos protegidos por los forasteros llegados a este planeta, gaviotas, tórtolas inteligentes, las otras también acaban en las garras de esos predadores, no dejan nada de la fauna de la región, y con ello vuelvo y repito, gracias a una población gatuna excesiva, ¡pero intocable!, ¡increíble, pero cierto!, si hay animales protegidos con derecho propio, son los lagartos y estos, ante estos cazadores sin escrúpulos están emigrando o desapareciendo, pero si un viandante mata uno por equivocación, le cae la de San Quintín, pero la de la parte de los franceses. Mucha tontería también, como en todas partes, más vale gato vivo que millones de lagartos que ayudan entre otras cosas a acabar con los mosquitos, todo hay que decirlo, por aquí no los he sentido, pero ver los pequeños saurios si tienes la oportunidad tomando el sol en lo alto de una roca de lava, ¡no tiene precio!, ahora sí, al paso que van habrá que disfrutar de sus vistas en un zoo, ¡sin gatos!, ¡claro está!, pero así es la vida, la hipocresía y la sinrazón forman parte de ella.
Amén de los animales extrarrestres, perdón quería decir conejeros, tampoco quedan, ¡a los conejos me refiero!, y piensen ustedes lo que les venga en gana, no hay mala intención. Los pequeños erizos, animalitos tiernos y apacibles que asustan a los malos roedores y ahora están desprotegidos de esos visitantes cuando se encuentran alguno por el camino, quizá por falta de educación, comprensión y cultura, los matan impunemente como si fueran ratas de alcantarilla, ¡así son las cosas!
Como todo en la tierra el pescado tampoco se libra del cuerpo espinoso. Si analizas la situación tanto la isla como la vegetación, animales autóctonos como el pequeño osito pinchón, el pescado también goza de esas mismas protecciones, por fuera y por dentro y no me extraña, ¡qué sabores!, de alguna forma se tienen que cuidar y defender de quienes vienen de fuera para arrasar.
Al tercer día de visita, recorrido prácticamente la mitad del territorio, empecé a disfrutar del lado más humano de la población autóctona, si sigo un par de semanas más, ¡me quedo allí!, y al resto…, ¡que le den!, me convierto en cactus y a observar y escuchar a Paquito Silbante, un personaje muy especial de la zona, aunque un poco más al norte, no se llama así, le puse de apellido el Silbón.
Se preguntarán quien es este singular personaje histórico y de leyenda, y me place explicarlo, pero me cuesta, pues verle no he podido, tan solo escucharle cuando me dejaba la puerta abierta del apartamento durante un rato, silbaba que daba gloria, aunque en algunos momentos y debido fundamentalmente a una tormenta de la tierra, se traía en compañía un familiar muy curioso también, pero de nombre Juanito y de primer apellido Aullador. De tanto escucharles a uno y otro cual concierto de instrumentos de viento, quedé maravillado, se acompañaban perfectamente, como en un buen blues cuando replican entre sí.
Naturalmente disfruté de la calidad de la oferta del planeta Lanzarote, ¡faltaría más!, cuando mejor lo supe aprovechar fue buscando esos alimentos tan conocidos para ellos pero que tan poco enseñan a los demás, les tienen tanto amor a sus cosas…, que les cuesta, pero solo al principio, en cuanto entran en calor es todo lo contrario. Al final di con dos de esos lugares donde disfrutarían los mejores artesanos de la cocina de nuestro mundo como auténticos cosacos, ¡pero sepan!, di mi palabra de no decir dónde, de qué manera y cuánto. Con muy buen criterio me dijeron… -Si alguien quiere conocer lo mejor de aquel manantial de vida, debería pasar la gran prueba, dejarse seducir por el vuelo de esas prietas naves y una vez en la isla, sumergirse entre los paisanos de toda la vida, y si de verdad lo merecen, encontrarán ese gran secreto de la misma forma que lo hice yo.
Hoy toca lo de siempre, plantarle un par de atributos duros como las rocas para volver a ascender al cielo, sentir la aceleración en ascenso del OVPI y volver a soñar con otro viaje como éste en el que todo ha salido perfecto. He podido llevarme en la retina las mejores fotos que se puedan hacer, almacenar las sensaciones, olores y emociones y saber qué hacer en un mundo diferente con habitantes de una misma bandera, «la de la vida».
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Qué envidia que haya contactado usted con otras civilizaciones antes que yo. Se me ha adelantado. Pero me he sentido como si estuviera allí a través de sus palabras. Olé ese arte. Ah, y siento mucho que no se haya encontrado con la mujer de los tres pechos…
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Jajajaja, pues no, la verdad que no tuve esa extraordinaria suerte, pero sí te digo que debes visitar esa hemosa isla, que no es lo mismo que leas lo que parece a que sientas lo que se vive.
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