Crónicas de un éxito anunciado – El viaje de los escritores – Capítulo I

Crónicas de un éxito anunciado

“El viaje de los escritores”

 Capítulo I – La salida

El sol ondea sus rayos con fuerza y una leve brisa fresca de finales verano, de esas que anuncian un cambio importante de temperatura me sonríe a las nueve de la mañana. Aprovecho y sin prisas me dirijo al meeting point de costumbre, el Cerbantes con “b”, punto de nuestras tertulias literarias y humanas de cada miércoles.

Miro al cielo, mientras calculo las sombras de los edificios, velocidad del viento, olfateo la humedad relativa y al fondo, justo por la esquina que me está sirviendo de reloj solar, aparece con paso firme y decidido uno de los grandes de Alcorcón, Don Rafael Gálvez del Olmo. Viste  pantalón vaquero, camisa a cuadros de tipo Picasso y un chaleco beis sin mangas que hace las veces de mariconera. No se le notan los cuarenta y ocho años que tiene el caballero. Ya en el bar, nos saludamos.

-Muy buenos días Don Rafael, puntual como nadie y como siempre.

-Muy buenos días Don Fernando, veo que los únicos.

-Hay cambio de planes, María va con Pepe, su esposa y dos de sus hermanos, así que vamos a por el resto de la tropa, pero…, ¡tomemos un café primero! ¿Os place?

Confirmado el cortado, Carlos el regente de la firma de Cerbantes, nos atiende sirviéndonos ambos cafés, el mío italiano, así aprovechan y aprenden idiomas. Saboreamos los cálidos líquidos extraídos de tan hermoso grano y nos despedimos de nuestro anfitrión, pero al que siempre pagamos, que no se diga lo contrario.

De camino hacia el Capitán Trueno, mi querido y estimado compañero de mil batallas y kilómetros sin allende los mares, es decir en la Ibérica península y algún que otro pequeño confín de las tierras lusas y galas, no hablamos nada, porque estaba al lado, así que abrí ambas puertas del vínculo de unión, nos colocamos los cinturones de castidad, introduje la llave en el sitio adecuado y al girar hacia la derecha pudimos escuchar el relincho de los caballos que nos iba a llevar hasta Santiuste de San Juan Bautista, allá por tierras segovianas. Pero antes, todo hay que decirlo, debíamos hacer parada y fonda después de un largo camino de dos kilómetros, donde nos esperaban otros dos hidalgos caballeros, Don Ignacio León Roldán y como no, Don Julio Valencia Monascillo, alias “Julito…, ¡hostias!”

El apodo de Julito no es de origen ancestral, ¡que va!, es tan reciente como la amistad que nos une, y se debe a nuestras lógicas y acaloradas discusiones, ¡sí!, porque haberlas háilas, como es normal entre amigos de diferentes índoles sensoriales, ¡ya saben!, uno sensa de una forma y el otro…, pues también.

Era un día especial para todos, tanto que incluso venían desde Torrox, en la frontera con el Mediterráneo mar y tierras de Málaga, dos amigas y compañeras para la travesía que aún nos quedaba por recorrer hasta el punto dónde Enrique Eloy de Nicolás había nacido.

Como siempre que nos veíamos, saludos a ritmo de Don latino, aquí hay paz y buen vino, señal de mutuos respeto y admiración. Una vez cumplido el protocolo, ¡ni don ni ná!, el lenguaje tornaba hacia un estilo un tanto peculiar, tirando a gutural y más acorde a las realidades de la cotidiana vida de los cuatro matachines de pluma y papel, ya saben. ¡Pero qué me dices picha floja, que a ti tampoco te funciona!, ¡no te des la vuelta que te vas a enterar!, que estamos en tiempos de guerra, así que cualquier agujero es trinchera, amén de otros menesteres del cachondeo típico de los santos varones que esperan sin otra cosa que hacer, que perder el tiempo como mandan los principios naturales del individuo.

Nuestras compañeras venían con retraso, era de prever después del madrugón que se habían dado y además justificado, puesto que no conocían este culto pueblo en todo el mundo conocido y además no utilizaban mapa, para eso ya estaban las nuevas tecnologías, tan inteligentes y con tanto sentido del humor, que son como los humanos, tú les dices la dirección y ellos te llevan a donde les va el pairo, así que visto que el satélite era un guasón y les había llevado a Móstoles, tuvimos que recalcar vía móvil la nueva dirección.

Una vez producido el gran reencuentro, especialmente entre Altamira y el que plasma la historia, pues hacía muchos años que no nos veíamos, y como viejos amigos y camaradas de guerra, nos fundimos en un abrazo de esos que le rompen el alma a cualquiera, al que lo ve y por supuesto a los que lo sienten.

Hechas las debidas presentaciones, cambió la tonalidad de la lengua, es decir los contenidos y los términos, amén de las sutilezas, además y sea dicho de paso,  de sacar pecho. Hasta Rafa parecía un bomboncito, metió tripa hasta los confines de la espalda, como es y debe ser de cualquier caballero que se precie, ¡por favor!, incluido yo, ¡faltaría más!

Aprovechamos y como en cualquier mesa bien puesta, y visto que había dos vehículos de transporte y la suma de los números daba seis, nos dividimos en primos de la misma cantidad, así pues, una chica y dos varones por correspondiente coche. Finalizamos dándonos mutuamente las correspondientes pautas para el camino, y…, ¡voilé!

¡Sí, así fue!, uno a por morcillas y queso fresco y el otro a por marisco. Aprovecho para retransmitir la faena, ¡que no tiene precio!

-No veo el coche de Ignacio. Seguro que como cada uno tiene su opinión habrán  elegido como alternativa la M-50, en lugar de la M-30. Hoy no hay tráfico y te ahorras unos cuantos kilómetros.-Comenté.

El copiloto, al que ya conocen por ser uno de los grandes de Alcorcón, no hablaba demasiado, desconozco si el motivo aparente era porque teníamos compañía u otro, pero el caso es que no soltaba prenda.

-Espera que llamo por teléfono, a ver si se van a ir por peteneras. Altamira, ¿puedes buscar Nacho escritor móvil y marcarlo?, sin las gafas de cerca no veo un pimiento.

Por supuesto, ella coge el móvil y ejecuta la súplica correctamente y al minuto escuchamos mil ruidos y rayos por los altavoces del manos libres.

-¡Nacho!, que no os vemos, ¿dónde estáis?

-¡Riistrsiscrashs!, ¡de camino, por la M-50! ¡srascristrtrsius! –contestaron ellos y las interferencias del aparato.

Alzando la voz para que nos escuchara apropiadamente, tal y como debería ser, llegó un momento en el que oímos la respuesta de mano de Julito.

-Yendo hacia la carretera de la Coruña.

-¡Hostias!, ¡que no, que no!, ¡que es la de Burgos! – contesté rápidamente. Algo más salió de los altavoces pero no pude entender el mensaje.

Rafa que me mira, tomando un poco de color, va y me suelta los antecedentes completos.

-Te han dicho que van hacia la N-6 en dirección a los túneles de Guadarrama.

-Pero si estuvimos hablando de cómo llegar, si ese camino me lo conozco como la palma de mi mano. Ya verás cuando se den cuenta.

Entramos en la M-30, por los túneles en dirección sur desde la carretera de Extremadura. El alma mater de nuestra asociación, nunca había recorrido el tramo entero hasta la salida de la N-III, así que se sorprendió la distancia del soterrado camino. A lo que añadió el lógico comentario.

Enfilado el Capitán Trueno en dirección al origen del queso fresco y las morcillas típicas de la zona, es decir…, Burgos, aproximadamente sobre el kilómetro cuarenta, volví a llamar por teléfono a nuestros compañeros, no quería que se dieran un palizón, mejor dicho, la encargada de la delicada operación fue Altamira. Una vez inicializada la conexión, y escuchado de fondo el potente rugido de los motores, pregunté.

-¿Por dónde vais?

-Llegando a los túneles de Guadarrama. Volvió a contestar Julito

-¡Qué no, que no, que es por burgos!, respondí apresuradamente, tenéis que dar la vuelta, ¡mira que os lo he dicho!

Entonces una luz se iluminó en mi cabeza, y a toda prisa.

-¡Hostias!, que el que se ha equivocado soy yo.

Así que miré a mi compañero, ¡sí!, el de mi derecha, que no habría boca, pero iba cogiendo ese colorcillo rojo, en sintonía con las venillas de los ojos, al que se le veía salir vaho por las fosas nasales, ¡y no hacía frío!, tal como un toro a punto de embestir a la muleta, ¡qué digo yo!, al torero y darle unos cuantos revolcones, y visto que tarde o temprano me iba a sacudir una buena, pues no me quedo otra alternativa que cambiar el tercio de varas, tanto en la dirección del viaje, como en intentar suavizar los casi ochenta kilómetros de más que nos íbamos a meter entre cuerpo y espalda.

-No sé por qué te pones así. – espeté- nunca habías visto el túnel de la M-30 hasta la carretera de Valencia.

Cierto es que Rafa es muy positivo, siempre le he conocido así y lo demostró, porque visto que no había solución decidió gruñir en si mayor y a contrabajo, pero asintió. El que estaba realmente cabreado era yo, puedo jurarlo, pero que no se notara e intentando averiguar cómo se me había ido el Santo al cielo de esa manera, pues cierto es que el camino que debíamos haber cogido desde el principio, lo había realizado en numerosas ocasiones.

He aquí algunas de sus reales elocubraciones mentales, plasmadas cde su pluma y tinta, tal y como es él.

El copiloto estaba callado, ¡claro! Desde el primer momento en que escuchó al capitán del barco que para llegar a Segovia había que surcar los mares de Extremadura… y eso después de (que aún rumiaba), las pautas a seguir. ¡Dios mío, las pautas! Había escuchado cien veces la dirección del camino, con pautas (y sin pausas), que el comandante al volante conocía como la palma de su mano. Es para hacer pensar si alguna vez se la ha mirado. (La palma de la mano, está claro).

Mientras el susodicho copiloto trataba de asimilar y encajar los dos kilómetros que llevaban en la carretera, (y ya se había perdido al otro navegante), se encontró inmerso y hundido en una oscuridad total que no se acababa nunca. Comprendió y fue asesorado de que aquello era un túnel (pero no el de Guadarrama precisamente). Aún así todavía sigue pensando que el osado investigador de carreteras y caminos le estaba dando la vuelta a un circulo oscuro y cerrado y que al final, con un inteligente pase mágico, sorprendería su ignorancia al presentarle las primeras casas del mismísimo Santiuste, punto final del viaje, o, más sorprendente, en Deja-vu, aparecer otra vez en el inicio del viaje, es decir, en los lares de Alcorcón .

Pero no, cuando vio la luz (y pudo abrir los ojos), el sol, su altura, el cielo azul… y un cartel que señalaba San Sebastián de los Reyes, (ahí al lado), y los gritos del narrador de esta historia que, sin soltar el volante, parecía pelearse con el techo del vehículo que conducía, pero no, lo hacía por vía espacial con los ocupantes del vehículo que, “sosiasmente”, debiera estar “unísonamente”, a la par.

Entonces fue cuando se le volvió a encender otra bombilla al copiloto y reconoció la carretera donde se hallaba y cuando quiso decir algo escucho ¡Hostias!… y se encogió por si le caía alguna.

En fin, pese a las reflexiones del autor de esta crónica y la corrección en el rumbo, no se habían terminado los baches en este viaje, pues, cuando todo parecía ir correctamente…

Altamira, la bella acompañante en este singular viaje, viendo la torpeza del patrón de esta singladura, se le ocurrió, con buen ver y buena voluntad, sacar su GPS para que no nos volviera a equivocar alguna señalización puesta malintencionadamente.

Nunca lo hubiera hecho…

No quiero imaginarme si mis compañeros llegan a hacerme caso y tiran por la dirección que defendía con tanto ahínco, pero de lo que sí estoy seguro es que mi acompañante, el de derecha, conoció a mis padres ese mismo día. Pueden estar seguros.

Amén del despiste, corregimos la ruta dando un giro de ciento ochenta grados en cuanto pudimos, total, por cien kilómetrillos de más, tampoco íbamos a discutir.

Una vez en la carretera de la Coruña, con tráfico denso y fluido, aproveché a ir cambiando de carriles según veía el campo libre, al menos intentar sin correr llegar lo más cerca posible de la hora acordada, y mira por donde en esta ocasión fue nuestra callada compañera que iba leyendo tranquilamente detrás, la que me dio un toque. Así fue, tal y como está escrito.

-Fernando, no has puesto los intermitentes.

-¡Claro!, es que si los pongo, nos tapan la salida y no nos dejan. –Contesté

-Pon lo intermitentes, que así no se debe circular. –Me replicó con toda tranquilidad y tenía razón, pero eso no podía quedar así, faltaría plus.

-¡Cómo se nota que eres hija de guardia civil!

Y así quedó el tema, cuando estábamos llegando a una de las salidas de la autopista, la que además nos correspondía.

-Altamira, ¿puedes poner el GPS que un poco más adelante me equivoco alguna vez.  ¡Espera!, pero pon el mío, que el tuyo os llevó a Móstoles en lugar de a Alcorcón.

Rafa no dijo nada, pero asintió, no era cuestión de recorrernos el país para un destino de hora y media.

-El tuyo no lo entiendo, pongo el mío.- Respondió ella.

-¡Hostias!, que solo nos faltaba un viajecito más largo.

Y así fue, puso la dirección y cuando habíamos salido del peaje en dirección la vía que nos dejaría en Santiuste, ¡zhass!, el chino del satélite, el muy cabrón nos gastó otra broma, de manera que sin saber ni cómo ni de qué manera, volvimos a entrar en la susodicha y puñetera autopista de peaje.

Rafa que vio la maniobra, solo alcanzó a decir:

-¡Otra vez!, esto no puede ser, espero que no sea en dirección Madrid.

Verán ustedes, en la anterior me salvé de un buen revolcón, pero en esta…, no tenía escapatoria alguna.

-¡Que sí!, que vamos en buena dirección- No me quedó otro remedio que responderle. En esta ocasión no se oía ni la respiración dentro del habitáculo del Capitán Trueno, ¡pueden creerme!, ni la mía, que además ahora sí que no sabía dónde saldríamos a parar. Esperé a que los ánimos se fueran calmando un poco y volví por los fueros.

-Altamira, ¿puedes darle un par de hostias a los chinos que hay dentro de ese chisme?,  ¿qué distancia nos queda?

Nuestra buena amiga y compañera, decir…, ¡no dijo ná!, pero sí movió con violencia el receptáculo que recibe las órdenes del más allá, para ustedes y nosotros “er satélite”, puesto que el artículo adecuado se lo habíamos cambiado adoptando otro más acorde a la situación, algo así como llamar doctor o “dotol” a un médico dependiendo de la calidad de su servicio y conocimiento.

Después de haber vapuleado y vilipendiado a los asiáticos que están dentro de las memorias, chips y circuitos integrados, la fémina mujer compañera de esta larga batalla, dignose a responder.

-El GPS “Grandes Puñetas por mis Servicios”, que así es como debería llamarse, dice que nos quedan veinte kilómetros, pero yo no pongo la mano en el fuego, vete saber, igual los componentes se han mareado.

Rafa miraba a uno y otro lado, colorado cual tomate maduro a punto de explotar, observando la vía de circulación a la derecha, esa que hace unos minutos que parecían horas le había comentado que es donde deberíamos estar, libres como el viento y no encerrado en una pista de peaje compinchada con el chisme ese que nos llevaba según le venía en gana. Hasta que ya no pudo más.

-¡Tira por el campo a la carretera!, ¡coño!, que nos lleva a la Coruña.

-Don Rafael, vuestra merced tiene razón, si seguimos así, llegaremos antes a tierras gallegas que a nuestro destino, pero al menos veremos el mar y con suerte nos metemos una buena mariscada entre lomo y espalda, jajaja –Le respondí intentando suavizar el carácter de ambos, porque señores y señoras, ¡vaya viajecito!

Cada metro se nos hacía una eternidad, era como ir a cámara lenta dentro de una vía que no te dejaba salir. A veces incluso pensaba, ¿nos habremos matado en un accidente y aún no nos hemos dado cuenta?, hasta que de nuevo, y a Dios gracias, Altamira volvió a entrar en escena.

-¡Chicos!, los amarillos dicen que en tres kilómetros a la derecha.

Bendita mujer, por fin una buena noticia y esta vez sí que era cierta, se ve que los meneos habían hecho cambiar de opinión a esos seres que nos querían tener dando vueltas por el espacio peninsular. Nos desviamos y de pronto, como si de magia se tratara, en una carretera comarcal, apareció el sagrado rótulo que nos indicaba el punto y final de esta travesía.

-¡Ahí a la derecha, por donde nos envía a Santiuste!.-Ordenó el copiloto.

Y por supuesto el comandante del ruedaplano hizo caso, ¡faltaría más!, así que empezamos a recorrer un carreterín que parecía deslizarse en los páramos dorados de aquellas tierras con suaves curvas, como dándonos la bienvenida por haber sido capaces de llegar.

8 comentarios en “Crónicas de un éxito anunciado – El viaje de los escritores – Capítulo I”

  1. Cuanto más lo leo y pienso y recuerdo en los momentos que describes, más me río. Eres genial, tío. Espero que la parte que queda de esta historia siga teniendo tu firma. Me gusta y recomiendo que lo lea todo el mundo. No tiene desperdicio.

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  2. ¿No serian los avatares de la inconsciencia los que iban metidos de polizones en el GPS en vez de los chinos? Fuera de bromas la descripción de los aconteceres del viajecito, aunque un servidor no los haya vivido en primera persona, parecen ceñirse a la realidad, caballero. Lo importante es que después de tantas vicisitudes pudimos pasar un día inmemorable.
    Creo que el titulo del articulo también podría ser:
    CRONICA DE UN DESPISTE ANUNCIADO.

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    1. Jajajaja, también podría ser el titular, pero como fueron una constante durante el viaje, incluidos los polizones del GPS, por lo tanto te vale el rótulo, pero creo que sería más acertado en plural, ¡a los despistes me refiero! Pero una cosa es cierta, hoy nos reímos, pero…, ¡vaya tela! Al final con despistes o sin ellos y tal como bien resaltas, mereció la pena.

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  3. Don Fernando, eres único. Me parece una crónica muy acertada y al contrario de lo que dice don Ignacio a mí creo que me gustaría memorizarla. Lo digo porque él sin pensar nos ha dejado la palabra «inmemorable» quizás con la intención de darle más enjundia. Espero que este comentario no sirva para que se enfade. Para mí la narración de vuestro viaje será siempre MEMORABLE. BESITOS

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