Crónicas de un éxito anunciado. La presentación – Capítulo IV y final

Capítulo IV – La presentación

El público comenzó a entrar en la sala adaptada para la ocasión, hasta el punto de ocupar todas las sillas, y pedir más prestadas y aún así, al fondo quedó parte de la asistencia a vivo pie y piernas para aguantar la formación.

El espacio iba estrechándose continuamente, tanto que las cámaras de las afamadas televisiones y los periodistas de los diarios más prestigiosos empezaban a quedarse sin sitio, algo impensable en el plató, pero qué le vamos a hacer, así son las cosas. El tumulto empezó sentirse muy cómodo, ¡claro!, como que estaban jugando en casa, así cualquiera. Los organizadores al contrario, a mostrarse un poco nerviosos, no estaban acostumbrados a llenar hasta ese punto el espacio dedicado a dar a conocer una obra literaria, ¡vaya tela!, comenzaba la presión, ¡sí, señoras, señores, jovencitas, itos mariposas y otras aves de alta alcurnia!, ¡vive Dios!, y aún faltaba por llegar la nobleza, reinas que fueron antes y jamás dejaron de serlo que dispuestas estaban a ser peregrinas de Santa devoción de doña Juana, que conste que a la loca…, ¡no me refiero!, sino a la Sacristana.

Uno a uno fueron ocupando los sillares del tribunal Don Ignacio León Roldán, la princesa y ahora ya Reina, doña María, Don Rafael Gálvez y se dejó el Olmo y por supuesto y en medio, Don Enrique ¡Ehhhh! de Nicolás, justo como antes se decía y aprovecho para dejarle a ustedes rellenar la lírica y métrica de la rima, allá con sus conciencias. ¡San Juan, San Pedro y…, en medio! ¡Vaya tela señor autor!, que haberle tocado le ha de anfitrión y para aquellos que no conozcan la historia… ya saben, que se la pregunten a él.

El metro en hora punta, línea 10 en Tribunal parecía aquello, ¡eso sí!, nadie empujaba ni tanteaba los hermosos glúteos de su apretada y cercana compañera o al revés, que si los tengo duros es por tanto masajeo de lindísimas y bellas féminas que nada pueden hacer al sentirme a su lado. ¡Por soñar, que no sea!, sigo con la historia, ustedes dispensen, que a veces no soy yo, es la pluma que controlarla no puedo cuando le llega el chispón.

Pero que guapos y guapas estaban los allí pendientes de la oración, especialmente la bella María, que sonrisa en ristre, ¡sin armadura!, como es natural. Por allí se mecían y paseaban los de las rosas revistas del corazón esperando su notición y así fue, en especial cuando todo comenzó.

Don Manolo, alias “el teniente alcalde” inició el pregón, a la forma de Don Baltasar Gracián, por eso de “lo bueno si bueno dos veces bueno” y por si acaso, “y aún lo malo, si poco, no tan malo”, el caso es que nuestro estimado presentador sabiendo que con tanto literato suelto sin amarrar y que además había un especulador de la rítmica sátira asimétrica, decidió ser muy escueto con el discurso y darle la vez a nuestro protagonista a viva voz, que falta no hacía, puesto que a pesar del prieto estado de los allí presentes, se oía hasta la cojonera mosca del fondo del real salón, pero hizo bien, ¡se lo digo yo!, muy bien en apretar el riesgo y dar la alternativa al que estaba situado en medio…

Si corto fue el del segundo regidor, que les voy a decir cuando le tocó al anfitrión. Así como suena, y de refilón, soltó, ¡ahí te va mi querido padrino!, como quien se quita una piedra caliente de en medio y le tocó al representante de la casa de los Gálvez.

Al paso que íbamos los afamados periodistas y la televisión no iban a tener noticia de un renglón ni película para la unión. Pero de pronto…, ¡todo cambió!

Don Rafael, hombre curtido en mil crueles batallas, de las de antes, a sable, fierro y espada, y de las de ahora, pero sin coselete de malla a pecho descubierto y sin más miedo que el valor, inició el mensaje de tan importante presentación. No lo relato entero, porque no es de Ley, pero sí quiero decirles, que ante tan imponente acto, en el que la presencia del ánima de los fieros soldados de los Viejos Tercios y las madre que los parió, era latente, como un auténtico general de generales, cogió sus santos Griales, los presionó, domó y dijo, ¡aquí estoy yo!, ¡hostias, me he pasado…, ¡qué dolor!, y así empezó a soltar la arenga que tan bien a todos nos sentó, ¡tanto!, que por que no había enemigo, ¡si no!, no queda de él…, ni el humor.

Abiertos los ojos de todos los allí presentes ante tan valiente toma de decisión viendo y escuchando atentamente la elocuencia de la conciencia del que sabe lo que dice y de lo que trata, el valedor del ahijado que también sabía de fútbol y en especial de baloncesto, lanzó la bola con efecto al fiero cordobés, terror de los Alcorcojones del Madrid literario y de toda musa que precie su talento. Don Ignacio León Roldán, de una exquisita maniobra se lanzó a por el esférico en una singular estirada a lo Casillas, encasillando al vuelo el momento esperado. Una vez asegurada la pelota cogió pecho hinchando lo que aún le quedaba a base de oxígeno enriquecido con buena verborrea, y lo bordó. ¡Sí señor!, ¡qué gran partido de balón y pié¡, ¡qué rebotes, tientos, retientos, quiebros y requiebros!, en especial al principio para luego dejar el modelo amateur y empezar el profesional. Ahí se acabaron los halagos pitos, tambores flautas y reflautas, para comenzar con lo que se esperaba, el punto de vista de la obra, y breve explicación de cada uno de los relatos de la mano de un auténtico filósofo de la vida, esperanza y libertad.

Doña María Rey sonriente durante todo el acto, tanto que parecía haberse rociado con algún especial maquillaje que fijara el bello gesto, giró su preciada testa, pues sabía que en cualquier momento y sin avisar, entraría en escena y así pasó. De un rugido del León, soltó el testigo sobre su trozo de mesa, y ella, visto que salir corriendo no podía, levantó la cabeza, a todos miró y al muy estilo del sabio señor Gracián y Don Manolo, nos puso en antecedentes de la bella ilustración de “Secretos de Sacristía”  la obra del que ahora presto iba a socorrerla, a Don Enrique ¡Ehhh! de Nicolás me refiero. Éste con mando firme y cualidades innatas y desconocidas para el resto, puso en marcha con fluidez sorprendente y muy buena oratoria, la primera parte de la estrategia, dando unos pases, medias verónicas, completas, navarras, delantales, ravoleras, serpentinas y hasta unos propios de su mano, amapolas, rositas, flores, almejas y hasta mejillones. ¡Sí señor!, eso es arte y lo demás…, la suela del zapato.

Finalizada el diestro trabajo de la que sería una larga y corta exposición dejó paso al teatro, fino, contrafino, y bueno hasta hartarse, ofreciendo su capote y alternativa a los tres mosqueteros, con @ porque uno de ellos era mujer.

Comenzó así el narrador travieso, a Daniel me refiero, al que por divina providencia se le erizo el cabello en su centro, de frente a nuca, cual fiero animal que estaba dispuesto a lo que fuera por su objetivo, barba, perilla y bigote a lo new fassion, interpretando el papel y la escena con grandilocuencia, hasta que el turno de la obligada obra llegó a Doña María Luisa, otra excelencia de la comedia que allí se gestaba de la historia de Doña Juana la Sacristana, pieza bella en su esencia de la obra del ahora callado.

Tocole el turno de representación al párroco de la función, en este caso y de la mano de nuestro diestro Julito o Don Julio Valencia Monascillo, que en pequeño despiste situó su espalda cara al público, y es que los nervios hacen su presencia cuando menos te lo esperas y no era para menos, con tanto público y bien apretado razones sobraban, pero no le faltó talento, que lo tiene, así que de vez en cuando con los anteojos a media nariz, dábase la vuelta recitando al oyente directamente, cosa que al final a todos gustó.

Doña Juana mantenía un acalorado e intenso debate con el párroco señor, al que el narrador daba un empaque perfecto en la unión, así y casi al final de la obra, el señor cura sacó una buena ristra de chorizos de su propia cosecha, ¡que por cierto!, vino de perlas, porque hasta santiguarse llegó y a enviarnos a casa todos en paz, ¡como en la iglesia!

El público se tragó el embutido como si parte fuera, con sonrisas y carcajadas que mejoraron aún si cabe la interpretación, hasta que al final y esta vez de nuevo el travieso, simulando los gestos propios del sorprendido, añadió ese mágico tono pícaro y de humor que tan buen sabor de boca a todos nos dejó de la tan inesperada sorpresa que la sacristana se llevó.

Aplausos y aplausos que no cesaban, vítores, cánticos cual final de la copa del mundo de España, ¡a la que ganamos me refiero!, y todos en pie y el resto viendo lo que menos se esperaban, alegría y agradecimiento de ver un acto diseñado con mucho talento, ingenio, humor y amor, ¡el que se había puesto!

Las queridas hermanas del ahora autorizado escritor, pues hasta que no hay algo publicado y debidamente presentado se queda en intento o en un casi, a pesar de haberlos muy buenos por ahí, colocaron la mesa con los volúmenes a la venta y aquello fue “el apoteosis”, ¡que no que yo quiero tres!, ¡ya, pero a mí me hacen falta cinco!, ¡con uno tengo suficiente!, total, que en un pispas, no quedó ni la mesa ni el “apuntaor”, el recién estrenado vendió el camión que allí tenía almacenado.

Bolígrafo en mano, saludando cuan hombre hecho y derecho y acostumbrado, viose deslumbrado ante la fila, ¡perdón!, caravana que había generado de personas de todas las razas, colores y sabores que como locos y locas pedían su autógrafo. Aunque todo hay que decirlo, guardando las formas. Así que al cabo de no sé cuantas horas y agotados tres bolígrafos, con los dedos amoratados y flojera de muñeca, remató la faena.

Cuando nos quedamos solos, periodistas nacionales e internacionales de la prensa, radio, televisión e Internet, eso sí con duros recortes y por ello todo el trabajo quedó en manos de nuestro Abraham y cómo no, en ésta pluma, decidimos ir a Las Tres Chicas buscando un descanso, que merecido lo teníamos.

Allí en el interior de ese increíble local, donde a Rafael le habían colado un gol, que jamás olvidaría, aprovechamos y posamos todos de la mano, que era hora de una buena portada, radiante de felicidad por todas partes, y así el mayor de los Bárcena tomó lo decisión, cargó, apuntó y disparó la gran portada.

Ya en la terraza de noche y con frío, que estas zonas duras para estos menesteres, sentados en las sillas, Julito se empeñó en leer un fragmento a viva voz de La Venganza del Altozano, concretamente una de las cartas de Don Ferrando llamado “El Cateto”, y es que lo disfruta el caballero, ¡tanto!, que vive el personaje que si suyo fuera.

Allí escuchando a nuestro intérprete disfrutábamos de la paz después de un duro día donde todo había cuadrado a la perfección. Tras el relax merecido, decidimos que muy a nuestro pesar, no deberíamos quedarnos a ver el pregón y al pregonero, que por segunda vez tocaba en el mismo regio y ya experimentado don Enrique.

Así que nos repartimos en los coches, pero en esta ocasión Rafa no quiso venir conmigo, ¡aún no me lo creo!, con el viajecito que nos dimos, posiblemente sería por si acaso veníamos de vuelta por Almería, y no se lo reprocho, pero esta vez no iba a ser así, puesto que amordacé a los cabronazos de los chinos que nos la habían jugado a base de humor amarillo y a golpe del sentido común y de la orientación de las estrellas, que esas no engañan y de algún que otro cartel que nos encontramos por el camino, llegamos a nuestro destino en un santiamén, incluso con la mitad de una hora por delante de nuestro querido Rafael.

Paramos en los Alcorcojones, en el mismo establecimiento que el de esta misma mañana, las chicas, Altamira y María Luisa aún tenían por delante una dura jornada, regresar al Torrox de Málaga en esa misma noche, y es que los tienen tan bien apretados como los de miura, ¡se lo digo yo!

Dentro de la cervecería, cada uno corriendo como podía a sacrificar el líquido elemento que habíamos acumulado, ¡por favor!, ¡eso lo primero!, así que aligerados del peso, unas y a ellas me refiero, volvimos a cargarlo, pero en esta ocasión a base de colas.

Al fin y a punto de presentar cara a la carretera, llegaron los tres mosqueperros, que así se habían quedado al vernos finalizando con la faena de cumplir nuestros deberes con la sana alimentación y recuperación. Pidieron sus respectivas bebidas, todas ellas acompañadas del preciado tesoro de un buen bocado, dieron tiento a lo que se daba y ya en la calle, la despedida, de las dos mujeres con más cojones del planeta, y en esta ocasión válgame la intención de la palabra, que aunque no sean sus atributos, bien merecido lo tienen, y no por masculino, sino por el tesón y narices que falta hace para meterse a esas horas otros quinientos y un pico más de kilómetros.

Besos, ternura, que derroche de amor, cuánta locura, jajaja, encajan las letras de esa bonita canción, porque así fueron los abrazos agradecidos de todas las partes por un día inolvidable del que todo cuenta, los que fuimos, los que nos esperaban y por supuesto, los habitantes de tan ilustre pueblo, donde los políticos son lo que debe ser, unos amigos más del resto que gestionan los recursos en pos del bienestar y su futuro, incluido y hasta ahora sin nombrar el ilustre señor Don Juan Gómez, el primer regidor.

12 comentarios en “Crónicas de un éxito anunciado. La presentación – Capítulo IV y final”

  1. Insisto, amigo Fernando. Además de tu buen humor, tu buen hacer, tu buena visión de los hechos… tu extraordinaria forma de relatar esta aventura tan especial… No tengo expresión para exaltar tu genialidad, pero sí para decirte que eres un gran escritor, un gran hombre y un gran amigo.
    (Ahora no sé qué botón he de dar para que te llegue, porque, si no acierto, no repito esta gilipollez. Un abrazo.

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    1. Jajaja, pero Don Rafael, ¡por favor!, si le ha presionado el link del honor, ¡si!, el que me hace con su presencia en éste mi humilde rincón. Si hay algo que se y no dudo, es que te habrás vuelto a reír a mansalvas, porque es lo suyo. Un millón de gracias por tan real detalle, en especial el que me brinda vuestra amistad, ¡que bien y mucho…, lo vale!

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  2. Nunca había leído una crónica tan bien diseñada, narrada, explícita y apasionada. No tuve la suerte de estar con vosotros pero puedo asegurar que, si alguien me pregunta que pasó ese día, lo explicaré con pelos y señales. Bravo señor es usted grande. Un beso.

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  3. Pero, pero, pero, ¡pero Doña Matilde por favor!, que me va a sacar usted los colores. Gracias, si hay algo que me place de verdad, es que os guste y dicho ya sea de paso, que os arranque unas cuantas carcajadas. Un besazo enorme.

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  4. Maravilloso final. Lo bordaste amigo mío, y eso si, sin exagerar nada de nada, ja,ja,ja… en serio no se puede hacer mejor de como tú lo has hecho. Y por supuesto gracias por tú amistad. Un abrazo.

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    1. ¡Bocadillo de caballa!, ¡hay bocadillo de caballa!, ¡vaya toalla!, tengo que irme a la ducha a que me de un poco el frío, jajaja. Me alegra que hayas disfrutado Nacho, siendo así, siempre merece la pena, porque la sonrisa de un amigo…, no tiene pecio, ¡coño!, ¡perdón!, quería decir precio.

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      1. Don Felipe, ¡pardiez!, si es vuestra merced, no sabía que andárais por estos lares. Gracias caballero que después de tantos y tantos años sigáis mis letras, ¡no tiene precio!
        Un fuerte abrazo y gracias a millares.

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