Cada día paseando por el mismo sitio, justo al lado donde medito por las tardes y empleo ese preciado tiempo en relajarme, que estando un cuerpo y alma en estado de relax, vuelve a absorber la energía necesaria para volver a tener esa chispa tan vital para crear, veía en una esquina un sitio al que nunca entraba.
El caso es que he pasado por delante de esa puerta tantas veces que no lo recuerdo, hasta que una vez algo me llamó la atención y decidí tomarme un vinito, era de noche y el frío daba igual por oriente que por occidente.
Ya puesto y visto que a esta pluma nunca le faltaron las ganas de comunicación, con la tapita que me pusieron de magro de cerdo con tomate, tomé conversación con Alberto, uno de los propietarios de este establecimiento conocido por el nombre de CERVECERÍA CIEMPO.
Igual me da un menú, comer a la carta, que una tapa, cuando el producto ha sido tratado con amor y a conciencia, la sorpresa puede ser mayúscula, y así fue, ¡vaya con el magro!, un plato tan simple que a veces no le prestamos atención, pero que cuando lo preparan en condiciones, vuelas cada vez que te llevas un trocito a la boca.
Nos hemos acostumbrado a que nos den las tapas que llevan tomate o las raciones, a que el tomate esté tan guisado que sabe a una excelente salsa, pero del rojo fruto, ¡nada!, por eso cuando vas a un sitio y cada uno de los ingredientes guarda su sabor, ¡veo el cielo! Es ni más ni menos que lo que me ocurrió en esta cervecería del pueblo, que no por ello pierde en su esencia, la de quien trata lo que hace con el cariño que el paladar requiere.
Cuando me llevé el primer trocito de carne para degustarlo lo hice despacio, sin prisas, por saber qué calidad había dentro de sus fogones, que no todo es novedad cuando de un plato se trata, pero sí si son viandas que te hacen volver a otras épocas, a esas en los que la tradición se medía en tiempo, el que empleaban para dar rienda suelta a uno de los placeres más agradables de la vida, la comida.
Como les decía, en el primer tiento me quedé extrañado, no me esperaba el regalo, de manera que por segunda vez me llevé el tenedor de nuevo a los sitios donde la intensidad del sabor nos permite soñar, y de nuevo…, ¡vole!
-¡Hostias Alberto!, la carne está de película, pero es que el tomate, ¡sabe a lo que es! – comenté.
Me miró como quien mira a quien no entiende, y no me extraña, él está acostumbrado a deleitar esas delicias y son tan normales como para mí los desayunos con tostadas y aceite, o como para los madrileños pasear por el paseo del Prado sin saber lo que tenemos.
Como es lógico del aperitivo no quedó ni la cazuela, de manera que otro vino y dale manteca Fernando, ¡que se acaba!, y Verónica, la jefa de cocina me ha soplado que no hay más. A la tercera ya no había magro que si no, me tomo todo el caldo de Baco de la dichosa cervecería.
Llegan unos chavales, se piden una hamburguesa y otra sorpresa, ¡rediez!, vaya plato, no lo he probado, pero he visto esas caras y ojos cuando dejaron la bandeja vacía en menos que canta un gallo, ¡qué digo!, la intención de cantar.
De manera que les sugiero que si son del pueblo o bien andan por estos lares, se acerquen por la plaza de la ermita del Consuelo, miren al lado de uno de los supermercados estrella de nuestro país, y al fondo verán un cartel que reza CERVECERÍA CIEMPO y no duden, porque lo visto y probado merece la pena, ¡si señor!, ¡qué sorpresón más agradable!
Pero si algo me duele, es que mañana mientras esté en EROSKI firmando los Duques de Altozano para San Valentín, las tapas que me han enseñado, ¡se las van zampar otros! Como están aquí al lado, la próxima no se libra ni Baco, ¡se lo digo yo!
¡Chapó por ese magro, señores!, ¡vivan las tapas y la madre que me parió!