Castrillo de Don Juan

Carretera adelante, camino de un pueblo desconocido para este viajero, y por el que gracias a la Divina Providencia, ¡nunca mejor dicho!, la de un buen amigo, Fran para mí y Francisco por esos lares, a quien tuve el honor de visitar y darme un paseo por sus calles, plazas, callejas y callejuelas.

Un horizonte de girasoles y viñedos, daban la bienvenida a otros tiempos en los que recorriendo la península de una punta a la otra, aún recordaba la soledad del campo y de las vistas al inicio de la primavera y en su final, verde esmeralda peinado por el viento y oro y gualda del centeno, trigo o cebada mecido con cariño por la eola naturaleza.

Poesía en su esencia, ¡la de Castrillo!, simple y sin cortesía, dándole el estribillo de su provincia, Palencia, con amor y alegría.

Por avatares del destino y en otras campiñas de lo que antes fue castilla y ahora por la gracia de otros, no lo es en geografía pero sí en su historia, conocí a un doncell caballero, profesor por la gracia de su talento y buen compañero de suelas, pero de otoño a primavera, que durante la canícula de este verano, largo y duro como la madre que lo parió, no hay santo que toque el asfalto.

Como les decía, el que obedece al nombre del primer párrafo, ¡no suban que falta no hace!, Paco es, pero así no le llamamos, me ofreció visitar su amado pueblo y ya de paso presentar en sus fueros al pájaro armado que tanto se ve por las redes sociales. El caso es que acepté y aproveché la circunstancia para volver a viajar por tierras castellanas un tanto más frescas que las del sur.

El Esgueva riega esa comarca, un río cristalino, truchero y frío del que ya tuve constancia tiempo ha por otros avatares, y que en esta ocasión dejo para una de esas crónicas que de vez en cuando me da por describir. El paso de sus aguas riega toda la zona, a excepción de esta temporada, donde hay aprtes en las que he podido constatar que llevan agua a las abejas, ¡oigan, que es tan real como la vida misma!

A medida que conducía el nuevo y particular vículo,  ¡no!, no busquen esa palabra que no existe, es la definición de un oche, ¡perdón!, que lleva cuatro ruedas, un buen motor y el tío le echa unos cánones que ya quisieran otros muchos, de hace 40 años, ¡por supuesto!

El caso es que Platero, así le llamo cariñosamente, y esta pluma, íbamos hablando por el camino, comentando de la belleza de esos entornos y de la magia que se respira a medida que nos acercábamos al punto y para.

Pensaba, a medida que avanzaba en llanuras tales como las del sur de Burgos, pero que va, ¡qué sorpresa tan agradable!, el terreno se iba haciendo montañoso, sin llegar a serranías, pero si a sus pedanías. La temperatura disminuía y los aromas hacían su agosto, hasta que tras cruces y otras confluencias, encontré el cartel de Castrillo de Don Juan y a la «dereché», como diría un español con simpatía, alevosía y sorna a los franceses, ¡me adentré!

-¡Para, para!, ¿a dónde vas? –escuché mientras observaba bellos jardines de rosas a la entrada, tan bien cuidados estaban, que contemplándolos casi me paso de largo.

-¡Fran!, ¡witos!, si eres tú. Espera que amarro a Platero y bajo las cosas.

Un abrazo y a su casa, allí nos esperaba Natividad, su encantadora y hospitalaria madre, a la que después de dar un par de besazos y atravesar su jardín, no pude por menos que oler el perfume de sus rosas, ¡qué gozada!, no solo esas bellas flores, sino todas, hasta maracuyá tienen plantado.

Ella, agradecida y dulce como nadie agradeció el detalle con una sonrisa, pero…, no era lisonja lo que le decía, sino la realidad que había visto y comprobado, hasta el punto que cogí la cámara con teléfono de su hijo y no dejé planta por retratar, incluso me comí algunos de los pétalos de un geranio, rojo por supuesto, eran de la misma especie que en mis tiempos de Canarias, cuando de chaval paladeaba y probaba las plantas que me ofrecían ciertas garantías por oídos de los que sabían.

-¡Vamos a la bodega! –ordenó mi compañero. Cogió pan, lo partió y…, ¡pardiez que me pierdo! Sigo…, una lata de pulpo, queso, tomates, aceitunas y a pie al nuevo destino.

Por el camino nos encontramos a el regidor de tan ilustre pueblo, ¡Santiago!, para ponerles en antecedentes. Buen nombre y hombre, “santi hago”, que el caballero se da unas zurras a trabajar para todos que da gloria, ¡me consta y firmo! Tras el inicial y cortés saludo:

-¡Vamos a la bodega!, ¿te vienes? –preguntó Paco.

-Lo intentaré, pero aún tengo que ducharme.  –El alcalde.

Y de nuevo de paseo, a base de buenos días a todos los viandantes, algo imposible de hacer en las ciudades y grandes poblaciones, donde incluso a veces parece que sienta mal cuando entrando a un ascensor dices a viva voz, ¡buenas tardes! Qué diferencia y cuánto placer da volver a vivir lo que en otros tiempos se hacía. He ahí uno de los encantos de esta pequeña villa.

Cuando llegamos a la plaza, no piensen que hay mucha distancia, entre 150 y 200 metros, me volví a sorprender, en esta ocasión por la altura de sus muros, tanto como los de algunas catedrales. La edificación iba camino de basílica, pero los bolsillos del pudiente se quedaron mirando la fresca y a Onteniente y no pudieron con el resto de la construcción.

Unos cuantos pasos arriba, daba el sol en la sesera pero sin la fuerza de los madriles, llegamos a la iglesia de todo Baco, abrió la puerta y bajamos hasta donde estaba el caldo de la vid.

-¡Qué frío!, aquí debe hacer entre 13 y 15 grados centígrados. –comenté.

Quitó el candado empujó la reja de hierro forjado y voilé! Ahí estaban las botellas. Cogió un par de ellas y otra vez a la parte superior, donde todo estaba preparado, una gran mesa de madera y bancos para celebrar lo que el momento inspire. Corcho fuera y con cariño vertiendo el zumo en la copa. Vino casero y bien amado, así es el líquido elemento de la zona, bueno,  fresco y con carácter, cálido al paladar, afrutado y tinto de la Ribera del Duero, aunque no tengan el mismo sello de la denominación, ¡inmerecido!, se lo garantizo, pero…, hay cosas que no se comprenden.

Entre viandas y los placeres del tomate, ¡qué frutas da el pueblo!, ¡mamma mía!,  apareció el esperado, bien recibido y hallado, pero sin más que llevarse a la boca que el extracto del tempranillo y unas aceitunas, pues a lo tonto, saboreando el rato y charlando se nos fue la cabeza.

De nuevo y parloteando, observé que el edil era una de esas personas que viven y disfrutan sirviendo a sus gentes y que además no se queja, tan solo comenta en su idioma, que ya le gustaría que lloviera a gusto de todos.

Nos despedimos para dirigirnos al hogar de Natividad, allí nos estaba esperando con una fabada de esas que hacen de la gastronomía una auténtica antología, y es que la cocina cuando hay amor, experiencia, maña y ganas, sobran hasta los ingredientes, ¡un tanto exagerado!, ¡ya, ya lo sé!, pero ensalzar lo que merece serlo, no es más que hacerles utilizar la imaginación para volar, vivir y desplazarles para disfrutar de ese manjar.

Finiquitada la operación una siesta de 20 minutos y a la presentación. Había llegado el momento. Una duda me asaltaba. ¿Vendría alguien? Algo normal para cualquier escritor, la literatura es para muchos lo que se ve en las librerías y no debe tocarse, puede perjudicar el sentido de lo “acomún”.

Preparando el escenario del teatro, ¡que lo es!, empieza a llegar público. No me lo podía creer, quince minutos antes y ya había personas esperando, algo que jamás me había pasado. Llega el instante esperado y el ilustre regidor de Castrillo de Don Juan da el paso con una media verónica y se aleja del toro, no sea que le pille y le de un repaso. ¡Perdón caballero!, es una manera de expresar la velocidad del tránsito de su aparición. Que conste que no reprocho nada, todo lo contrario, pues demostró que la atención debía estar en quien se había allí presentado para la ocasión. ¡Gracias a millones!

Fran recoge la muleta, tienta con nobleza, da un par de naturales, unos redondos arriesgados, padresiana y suelta el astado dando la alternativa al narrador. Buena corrida y todos con dos orejas, rabo y solomillos, que no es típico en los ruedos, pero vista la faena y la cantidad de pañuelos, el jurado da por hecho que en innovar está el futuro, la fuerza y evolución.

El humor es Ley de buena vida, salmo 28, 35, 43 de los Canónigos. Números en los que nada consta y sin embargo y con respeto da un toque de verbo hilarante para quien comprende el idioma de la broma.

Todo fue a pedir de boca, buena y hospitalaria gente, entorno agradable, bello y para colmo, ¡cultura!, ¡sí, la que hay en esa localidad!, tanta que incluso el ayuntamiento ha creado un espacio para donar libros. ¡Como debe ser!, potenciar la lectura es garantizar el futuro y Santiago, en esta ocasión y para siempre Don, que ganado se lo ha, lo mismo que Fran y cada una de esas personas que por allí conocí, paisanos que nacieron en ese burgo y que por avatares de la vida ahora viven en Barcelona, Tarragona, Santander, Madrid, Valladolid, Palencia, Salamanca y a saber, pero que jamás olvidan de lo que es Castrillo de Don Juan, una infancia que todos los niños y niñas deberían tener, en libertad, connivencia y convivencia con la naturaleza, por ello hoy y siempre diré, ¡que viva esa hermosa villa!, que por derecho propio protege con sabiduría a los suyos, dándoles lo que necesitan, paz, experiencia, cordialidad, hospitalidad, amor y alegría.

¡Que viva Castrillo de Don Juan!

5 comentarios en “Castrillo de Don Juan”

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