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La Venganza del Altozano – Capítulo IV

Capítulo IV

En una soleada mañana de primavera y la cabeza en su sitio, el maestro de la pluma y papel, oteó los primeros rayos del astro a través de la ventana, esperando que aquel nuevo día, tuviera un final feliz, pues su amigo bien lo merecía por todo el amor que desprendía.

Ya vestido y coselete ajustado, con  las armas que un preciado soldado debe tener, bajó las escaleras y torció a la derecha con la intención de dar un paseo y aprovechar aquella magnánima luz que Dios le daba para ajustar sus ideas y de una vez por todas, encontrar al cliente que necesitaba para volver a ser un hidalgo con la bolsa llena…, ya no le quedaba ni para la cena.

Sosegado y en paz consigo mismo, iba disfrutando del bullicioso ruido del gentío que rodeaba los puestos de carnes, pescados, frutas, verduras y flores. Viendo que era la hora de un buen almuerzo, tomo el camino directo al lugar sagrado, aquel donde escribía y daba lo mas amado, donde unos le rendían honores, y otros obligada pleitesía para evitar el temido cruce de espadas y puñales, del que era tan valedor como con la pluma que a él, tan bravamente le servía.

Saludando a izquierda y derecha a cualquier dama o doncella que se le cruzaba, llegó a su acostumbrado figón, en el que le daban buena comida sin quitarle un riñón.

— Buenos días tabernero.   

Éste situó en su habitual puesto, aquel que todos conocían por ser del mas apuesto.

— Buenos días Don Ferrando, hoy se le ve mas fino y relajado.

— ¿Sabéis algo del carnicero?.

— Aún no ha aparecido, pero a buen seguro que lo hará, y de buena cara en esta ocasión

— ¡Eso espero!, merecidos tiene ya los favores de su María, aunque con semejante carácter, puede ocurrir de todo, que lo ame hasta la muerte, que de carestía lo deje inerte o simplemente de un certero tajo,  le cercene sus honores para luego depositarlos y cuidarlos junto a las flores.

— ¡Pues anda bien el patio!, vaya favores que le hacéis entonces.

— En líos de faldas puede ocurrir de todo, que el toro salga ego de victoria, o que la brava le dé una de buenas, en las penas. Servidme unos duelos y quebrantos , que hoy ando con buen  apetito.

— Imagino que con riego.

— ¡Faltaría mas!, ¿que son las viandas si no las acompañas con un buen zumo de vida?

Tomada la comanda, el cantinero llamado por todos José, se fue a la barra, aquella donde tantas veces había servido a todo tipo de gentes, buenas y malas, truhanes y macarras, que de todo viene a este buque, desde un miserable hasta un duque.

El creador de cartas de esperanza, mientras esperaba la chanza, discurría que sería de su gran amigo, unas veces compañero de jarcias y otras valedor. En esas estaba cuando de pronto apareció Don Francisco, humillado, cual soldado que pierde y hunde la rodilla, rogando que solo sea una pasajera pesadilla.

— ¡Por Dios!, ¡vaya pinta traéis!, estáis como si os hubiera pasado por encima toda la carga de la caballería.

— Y así ha sido Don Ferrando y buenos días. ¡Ya no puedo mas!

Ocupó la butaca frente a su amigo, esperando que Dios le diera la sabia definitiva que le permitiera ganar aquella guerra, pues batallas…, todas las había perdido.

— ¡Ponedme al día!, que si seguís así, poco podré ayudaros.

El hundido personaje, cabizbajo y sin coraje, ni hablaba ni sentía, o al menos así parecía aquella masa humana deshecha y tirada y un millón de veces maltratada.

— Don Francisco, ¡poned los arrestos sobre la mesa!

— Pero si ya no me quedan.

— ¿Os los han cortado?

— Peor aún, pues así al menos no tendría la necesidad de dárselos a mi ser amado.

— ¡La madre que os parió!, y ella no tiene culpa. Sabed que así no llegaréis a ningún lado, os falta la seguridad que cualquier mujer que se precie, necesita para saber que su compañero es su hombre, la de esa especie que con sus prestaciones, la deje henchida de vanidad y orgullo, suspirando mientras cocina, compra o trabaja, perdida en su mundo, soñando con verle y volver a sentir el cielo con el mismo anhelo con el que un suspiro le da la vida.

El sermón dio los frutos  deseados, levantó la barbilla alzando la vista, hacia los ojos de su mentor, que tanto interés estaba poniendo en su favor, y pidiendo disculpas…

— Tenéis razón, ¡pero es que ya no puedo mas!, el corazón se me parte y estoy perdiendo la sazón necesaria para dejar de parecer un paria. Ella me puede, me quiere…, pero no me deja, me necesita, pero me da lentejas, y así…, así no puedo continuar, prefiero como vuestro amigo Enrique, convertirme y vivir entre rejas.

El poeta se revuelve en la silla, dando un fuerte golpe en la mesa.

— ¡No, eso no!, a mi no me vengáis con esas, soportaría perderos en lances  de alcoba con vuestra María, ¡pero ni en broma en un monasterio!, debéis volver a recuperar vuestro risueño, aquel que tanto la enamora y por la que pierde el sueño, a mi no me carguéis mas la conciencia con otro amigo pidiendo a Dios clemencia, mientras se azota como un auténtico idiota, ¡antes os finiquito yo! 

— Vamos Don Ferrando, se que no queréis recibir la visita de la Santa, pero no es para tanto.

— Vuestra merced no sabe que ánimos gasta el fraile inquisidor, prefiero cruzar la mar océana a nado, que aguantar dos veces las gracias del aniquilador.

En esas estaban los dos amigos, uno bravo y justiciero y el otro derrotado y perdido el honor del fiero, cuando de pronto una lozana tapada de arriba abajo, entró en la taberna, clavando la mirada en la coronilla del carnicero y sin esperarlo, se lanzó sobre el cogiéndole del brazo con tanta fuerza, que la víctima creyó llegada su hora.

— ¡Venid sinvergüenza!, que dejáis los trapos sin lavar, y ¡eso…, eso no!

— ¡Doña María!, no os esperaba por estos lares, ¡que hacéis!, ¡no tratéis así a un hombre en público!

— ¡Vuestra merced!…, ¡a callar!, si no queréis mancillar vuestro honor y apellido…, que con mi marido, ¡tengo ahora mismo que hablar!

Don Ferrando, viendo lo que se avecinaba intentó aflojar a la casada, buscando piedad en su mirada, pero no la había, mas bien parecía que el carnicero pasaría a ser parte de la carnicería, colgado y abierto como una vaca,  un cordero o un toro mal avenido, porque de esta no le salvaba ni su espada.

— ¡Pardiez, doña María!, no se que os pasa, jamás os había visto con tanta energía. Id con vuestro esposo, pero ¡por Dios os lo pido!, no le hagáis mas daño, su corazón ya no es el de antaño, que a base de tanto sufrimiento como le habéis causado, está casi en el otro lado.

— ¡No aguanto ni mas tonterías ni sandeces!, ¡que este hoy lava!, ¡vamos lo va a dejar todo como la patena!

La herida dama tiró del brazo del casi muerto, solo le quedaba eso, un par de hostias en el huerto, mientras que los allí presentes, callaban y miraban a otro lado, pues a justas de mujeres no estaban acostumbrados. Aquellos valerosos hartos de mil guerras y batallas, agachaban la cabeza, por sin venir al caso, sufrieran ellos las desvergüenza de un tirón de orejas sin saber, ni cómo ni por qué había llegado.

Don Francisco arrastrado por la fuerza de aquella fiera, se tambaleaba como los que sufren la tortura de los inquisidores, sabía que ahora ya no tendría mas vida y mas honores, ella…, su mujer, su dulce, su antojo, en presencia de todos le había dejado hecho un puñetero despojo.

Cuando se hubo ido, los altaneros hidalgos que allí bebían y almorzaban, empezaban a levantar la cabeza, pero con cuidado, no sea que una cornada les viniera de costado, hasta que hizo entrada otro valeroso soldado.

— ¡Vive Dios Don Ferrando!, ¿qué pasa aquí, que no se oye ni una mosca?

— ¡Han salido volando!, solo quedamos las ánimas de los vivos que hemos sido testigos, Don Enrique. Sentaos y hacedme compañía, que hoy os juro que la necesito, nunca jamás había visto semejante ultraje a todo un personaje.

El compañero de lances en batallas y otras chanzas, tomó asiento en la afamada butaca y con el semblante muy serio, interrogó a su colega.

— ¿Que ha pasado para que no se escuche ni siquiera un murmullo?

— El barullo ya lo hubo unos minutos antes de aparecer vuestra merced, ahora ni Dios se atreve a levantar la voz, no sea que le toque a él el demonio que ha pasado y con tantos cojones a Don Enrique se ha llevado.

Don Ferrando puso en antecedentes a su viejo camarada, decidiendo darle el turno al vino.

— ¿Y me decís que se le llevó en volandas?

— Por decirlo de alguna manera, pero os juro que fue mucho peor. No me gustaría estar en su pellejo, si es que le queda algo, ¡claro está!

— Desollado como un pobre cordero, así va a quedar nuestro querido carnicero.

Pasaron las horas hasta que el espíritu patrio empezó a recuperarse, Baco todo lo puede, quitando las penas a base de alcohol en vena, jarra va…, vaso viene, hasta que se hizo la noche, fue entonces cuando Don francisco apareció con brillo en sus ojos, altanero y entero, de una pieza se acercó a la mesa, sirviéndose una copa del caldo que allí estaban tomando y levantándola brindó:

— ¡Gracias Don Ferrando!, hoy he cumplido y arreglado ese corazón herido, restableciendo así la armonía del amor que tanta falta hacía a mi amada, y a mi mismo.

—¡Brindo por vuestra merced!, querido amigo, visto lo de hoy, pensábamos que mañana serías carne de mordisco.

— Traía tanta rabia y amor desmedido, que me ha dejado para el arrastre. Os garantizo que jamás volveré a cometer errores que me impidan amar a mi María de noche y de día. Le dejo una buena bolsa, que bien merecida la tenéis. Gracias a vuestra sabiduría, he recuperado lo que mas falta me hacía. Ahora os dejo, no quiero perder ni un segundo más del cortejo.

— Id con Dios y tomaos las cosas con calma, no es necesario dejarse el alma en la primera batalla, que la guerra puede ser dura y larga.

— ¡Gracias de nuevo!

Y así se despidió el ahora afamado marido, preparado  para lance y  las justas con su mujer, ahora y por doquier, dispuesto de dejarse la vida por tanto querer.

Pasaron los días y Don Ferrando nada sabía de su amigo el carnicero, tal que un sábado como otro cualquiera, mientras a base de vinos y tapas, las mejores del tabernero, brindando como era menester después de la cuarta, quinta copa o yo que sé, escuchó las puertas del paraíso en forma de campanas, aquellas que avisaban que algún alma buscaba el camino de la gloria, esa de la que tanto se habla desde que tenemos memoria, pero que nadie tiene prisa por ver.

— ¡Repica a muertos!, ¿quien será el desdichado?, vaya día para morir, en sábado unos se van y otras a punto de parir.

En esas que el poeta hablaba a solas, consigo mismo, como tantas y tantas veces había acontecido, avistó la puerta y le vio parar, mirar y seguir su camino, entonces dio un fuerte golpe en la mesa, rompiendo la jarra y pronunció.

— ¡Adios Don Francisco!, ¡que Dios te tenga en su gloria!, porque podéis estar seguro, ¡que siempre estaréis en mi memoria!

Dicho esto en voz alta, bajó la cabeza, se cubrió con el sombrero de ala ancha y sin siquiera pagar su deuda con el tabernero, salió de la cantina, sin prisa, sin esmero, de nuevo había vuelto a perder a otro amigo, otro que su ayuda le había pedido y que él no le había negado, y gritando al cielo.

— ¡Dios!…, ¡hoy te he enviado otro siervo!, ¡otro ser humano que de amor a muerto! luchando como un soldado por la noble causa de su esposa. ¡Esta si es forma  dulce y honrada de irse a vuestra diestra!, ¡Amén!

Y así volvió el altozano, a tomarse la justicia de su mano.

La Venganza del Altozano, capítulo III

LA VENGANZA DEL ALTOZANO

Capitulo III

A media mañana del día siguiente, Don Ferrando siendo consciente de la debacle del día anterior, prometió tomarse las cosas con mas calma. Agarró un poco de pan y queso que a duras penas pudo masticar.

— ¡Diantres!, ayer se me fue la mano y no fue con la espada, tanto esfuerzo elevando el codo no es sano. Un vino aliviará el temporal, eso espero.

Bajó las escaleras de la pensión en la que se albergaba, tanteando las paredes por si volvía el vendaval, sujetando las piernas con el honor que le quedaba, esperando que nadie le tomara por un don nadie que todo lo tragaba.

Pisando firme cuando podía llegó a su primera morada, allá donde las bellas lozanas, esperaban escuchar los versos que de su pluma escribía para hombres, doncellas y puritanas, acabando en miles de ocasiones, recitándolos él mismo por la mañana.

— ¡Buenas tardes Don Ferrando!

— ¿Buenas tardes?, qué rápido se me ha pasado el día, ponedme de beber, pero en esta ocasión con saber, no sirváis mis vasos, que ya lo haré yo.

— ¡Como ayer entonces!

— ¿Como ayer?, pues sírvame vuestra merced, pero con calma, que hoy ando buscando lo que me queda del alma.

A la segunda copa ya había recuperado el risueño, empleando el tiempo en su mesa y escribiendo con brío a la caridad del amor de su próximo empeño. Mientras el versado deslizaba el plumín sobre el papel arrugado, apareció el carnicero con fruncido rostro e inclinándose ante nuestro héroe, se dejó caer sobre la butaca para soltar sus penas y lamentos.

— Buenas tardes tenga vuestra merced.

— Muy buenas y agradables, ¿que le trae hoy por estos lares?

— La carta que ayer me dio, no ha dado el resultado esperado.

— ¿Qué ha pasado, que os ha dicho?

— Nada, que es lo peor, esto me está llegando al corazón.

— No os preocupéis que es parte de su estrategia, mantenerse firme y sin perder la compostura, pues si a la primera se dejara vencer, sabedora es que todo lo echaría por la borda sin poder recobrar la honra que toda mujer ha de tener.

— ¿Estáis seguro?, ¡yo no lo estoy!, no veo tan claro que por unas cartas con rima, suelte el rodillo en la cocina y se deje embaucar hasta el cuerpo entregar.

— Paciencia, hoy deberéis hacer lo mismo, colocando esta carta que os entrego en su almohada y esperad, mañana sabremos si las lee y que tal le va. Os la leo, a ver si así recuperáis el ánimo perdido, no puedo veros así de rendido.

¡Buenos días Sra. Marquesa!:

En este soleado día donde algunos alcanzan la gloria y otros esperan el turno de la victoria, aprovecho antes de seguir con mis labores, a deciros que, ¡esta mañana estabais linda con honores!

Ese pantalón que  os pusisteis, embellece mas vuestro precioso rostro, ¡sí!, y no me digáis que me deje de palabrerías, pues no hay nada mas bello que disfrutar de la sonrisa cálida y prieta del ajustado velo que lo acaricia.

¡Qué envidia!, ¿y si paso por el sastre le digo me transforme en un lindo y ajustado calzón?. Qué sueño, que anhelo, por fin tocando el cielo, pero y…, ¿si me deja hecho un desastre?, cuanto riesgo, ¿o no?, sentir ese balanceo que ahora solo veo, puede acarrear consecuencias imprevistas.

¿Lo veis?, no soy yo, es la tentación divina, o quizás el mismo demonio, que quiere que tiente para disfrutar y meter el diente…, donde hasta ahora no he podido ni por oriente ni por occidente. Otra cosa es poniente y… ¡Ummmm!, levante. ¡Que gozada y todo por delante!

¿Qué culpa tiene este desposado?, todos los días una obra de arte pasa por la antesala, alcoba y cocina, sin poder hacer otra cosa que observar la menina, ni palpar las poderosas razones de quien siempre he amado, hasta el punto de haberos transformado en mi única golosina.

Dejadme hacer y haré que sintáis el calor del fuego amable, para que con el roce se fundan nuestras drogadas almas, del natural narcótico que generamos mientras nos vemos, tocamos y nos besamos. 

Vuestra merced juega con ventaja, consciente del anhelo de mi fantasía, puesto que sabéis que os rindo pleitesía, mientras mi garganta se seca y acongoja cada día y cada tarde, hasta que el sino, crece y crece dando tanto dolor…, que arde. 

Siendo la hora de tornar a otra escritura, donde los bravos no riman pero saben lo que dicen, os dejo pensando en la montura, y a Dios gracias, para que no me parta un rayo y permita volver a ser jinete de trote y galope, hasta donde el cuerpo aguante, todo el tiempo por delante.

— Vive Dios que sois osado!,  ¿pretendéis que estando las cosas como están, le entregue esa misiva situándola con dulzura a su lado?

— ¡Pardiez, querido amigo!, pongo la mano en el fuego. Podéis estar seguro que no me quemo, quizás vuestra merced sí lo haga, pero entre el ego de sus pechos, con esta perderá la entereza que hasta ahora está protegiendo, pues no hay mayor amor, que aquel que nace del odio de un error. Y recordad, ¡sujetad bien los machos, que de esta no saléis ni a cachos!

— Pues espero que esos trozos no sean parte de vuestro rancho, ya sabéis que mi María sabe utilizar el cuchillo de la misma forma que vuestra merced la espada. Quiero salir de una pieza, y no por la ventana sino por la puerta, con la cabeza bien alta y la tranquilidad y el sosiego de mi alma.

— ¡Hombre de Dios!, id tranquilo y disfrutad del resto, si aún sigue en bravas, con la de mañana acabará rindiendo vuestro favor con tanto amor, que disfrutaréis de una plaza para toreros con destreza, aquellos que con un capote someten a la dama con dulzura y aspereza, para luego muleta y espada en mano, rematar la almena dejando su alma en trance ante semejante faena.

— Vuestra merced es capaz de convencer al diablo para que se haga monaguillo.

— Fue fraile antes que demonio. Id y cumplid con vuestra parte, que sin esa ni hay toros ni arte.

Así se marchó de nuevo el enamorado, pensando que quizás el sabio experimentado en la vida, tuviera tanta habilidad como para devolverle a su ángel amado.

El poeta de bragueta ese día templó el codo, llevando de compañera a prudencia, evitando incurrir en mas delirios de hígado, estomago y cabeza, rogando al Altísimo clemencia para que se llevara todos los males que hoy le habían sacudido a raudales. De manera que a la caída del sol y un poco mas, visto que nadie ocupaba la silla que tanto trabajo le daba, se levantó yendo hacia la puerta y aprovechando para soltar unas monedas al tabernero, comprando y sellando así el silencio del día anterior, los remordimientos lastraban su propia conducta manchando su honor.

Paseando en dirección a la posada, se le acercó una lozana con intenciones claras, seducir al soldado que tanta fama tenía con las damas. Este negó con una certera disculpa y sonrisa en la cara, la petición que le hacía la Marisa, así se llamaba aquella peligrosa pendenciera, ligera de cascos y una auténtica fiera.

— Buenos noches caballero, va vuestra merced de un poderío que no hay quien se resista a pasar la noche con tanto artista.

— Disculpadme señorita, no hay nada que más apetezca que un buen bocado, en vuestro caso de cualquier lado, pero asuntos me obligan a postergar tan excelente manjar, por otros menos agradables, no por ello debo olvidarles, por lo tanto vuelvo y os repito, en otro momento hay quito.

Así acabó la jornada, trastocada por don Francisco y por supuesto, la resaca pero sin nada que mereciera especial interés para seguir con las andanzas y demás chanzas.

Con los primeros rayos de aquel Madrid lleno de gitanos y payos, el Don Juan  se levantó, alabando al sol mientras vestía las ajustadas ropas que le marcaban la estopa. Lavada la cara y envainado el estoque se dispuso a dar un paseo por las calles aledañas, esperando que en cualquier momento de la mañana, alguien con talentos le diera una buena contrata, pues la bolsa aflojaba de tal manera, que en breve tendría que pedirle a su fiel carnicero, un bocado primero, y un venablo como protección después, porque seguro que su Tizona quedaría durante un tiempo empeñada sufriendo por estar tan mal acompañada.

Al medio día y después de la caminata, como era costumbre se dirigió a ver a su amada, aquella taberna que todo lo tenía y nada le daba.

— Buenos días tenga vuestra merced.

— A la paz de Dios y que no falte.

— ¿Os sirvo lo de siempre o consideráis esperar a que venga otro cliente?

— Últimamente escasean miuras y celosos, así no hay quien infle el zurrón. Por esperar puedo y espero, pero no es cuestión que os ocupe la mesa sin dar algo por ello, de manera que aunque ando flojo, servidme un buen vino, que estoy de antojo.

— A primera hora os vino a ver vuestro protegido.

— ¿A quien os referís?.

— A vuestro amigo Don Francisco.

— ¡Vaya por Dios!, ¿traía buena o mala cara?

— Cabizbajo, como un toro destronado.

— ¡Pardiez!, si es así, seguro que habré de verle otra vez, ponedme el caldo, que el ingenio y talento de la divina inspiración a veces llega por sí sola, y otras con un vaso y devoción.

Saboreó un poco de tinto para posteriormente coger pluma y el papel y sobre él, empezó a dibujar la caligrafía que tanto bien y mal hacía, según se leyera o interpretara quien fuera el destino de aquella dulce paradoja, que provocaba risas o llantos y otras…, espanto.

Cuando por fin consiguió centrar la atención en su labor, apareció el carnicero con cara de ternero degollado, o mejor dicho, antes del degüello, que una vez hecho el tajo, el animal ni siente ni padece, pero hasta ese final, sus ojos son el reflejo del alma.

— Muy buenos días caballero, hoy no os veo muy entero.

— Razón tenéis Don Ferrando, no me dice, no me habla y no me toca, si esto sigue así terminaré colgado de una estopa.

— ¡Pero que negativo sois!, ¿no os dais cuenta que vuestra bella doncella no puede ceder ni ná, ni un poco?, así pues tendréis que rendirla, hasta que ya no pueda con el toco. La estáis armando, pero de calentura amigo mío, mas pronto que tarde caerá rendida ante vuestros encantos, tened fe, mirad, observad, esperad,  tentad y matad, seguid esto pasos, y desfallecerá.

— No estoy tan seguro, ¿y si la indiferencia con la que me castiga, es la paciencia del verdugo?

— No le deis mas vueltas, estoy a punto de finalizar vuestra última carta, aquella que romperá el silencio que ahora protege poniendo fin a vuestros desdichados días, con su adorable compañía.

— Pediré una jarra, a ver si cae Baco directamente de la parra.

El poeta volvió al trance, buscando las palabras que rompieran el escudo que Doña María había puesto a su corazón, tendría que hacer una auténtica obra de arte, para con mucha cortesía, obtener por fin la pleitesía con la que soñaba el enamorado varón.

Fruncido el ceño, perdida la mirada y jarra en mano, el enamorado seguía con el sueño, aquel que le permitiría rescatar a su venturada mujer y de una vez volver a desnudar aquella obra digna del creador, que entes suya era y desde una mala decisión, solo podía con la imaginación, observando el transcurso de la magna obra de su mentor, hasta que al fin, se escuchó:

— ¡Voilá!, con esta última carta se acabaron todos vuestros males, ahora debéis leer y entender los anales, porque entre otras cosas tendréis que averiguar si vuestra amada ojea lo referido o por el contrario estudia pacientemente el contenido.

— En cualquier caso, ¿cual es la diferencia?

— Indiferencia no puede haber, pero sí, un amor muy retenido, por lo que debéis cuidaos para llegado el momento, cuando ella no pueda más y haya agotado el aliento, ser consciente que os amarán hasta dejaros inerte en el mejor de los casos, y muerto si nos hemos excedido, leed pues.

Para no avasallaros con tanta fina, cursi y desmesurada palabrería, hoy me propongo demostraros mi talento con las matemáticas, por ello mi dulce doncella, sabed que os la doy toda, toda ella…

El Cateto

Hoy de geometría va la cosa, puesto que vuestra merced, del sino, no quiere saber ni en prosa.

Sabed pues que un triángulo es un polígono de tres lados. Pitágoras hombre sabio donde los haya, creó un famoso teorema que lleva su nombre. Con este tema que hoy nos ocupará, hablaremos de grados por todos los lados, ya se verá.

Dibujad un hermoso poliedro, para darle algo de dimensión, que así será mas fácil explicar en esta ocasión. Ya de paso lo colocáis en pié, teniendo como resultado que a la superficie apoyada llamaremos…, base. Fijaos ahora hermosa dama, porque tocaremos la hipotenusa del cateto en esta trama.

¡No penséis mal, os lo ruego!,  ¡el cateto nada tiene que ver!, es el ángulo el que hay que medir, para estos menesteres os tendré que pedir algo extraordinario, pero que como ejemplo, es lo primario. 

Abrid vuestros ángulos, y fijémonos en la hipotenusa, ¡si ahí, justo en el vértice!, siendo esta la unión mas alta de ambos, ¡Ahí, ahí!…

Ahora dejemos al cateto que haga su trabajo, desde arriba hasta abajo, así hallaremos la superficie, y calcularemos también la temperatura.

¡Perdón, perdón señora!, que se me iba la cabeza, con tanto cateto y tan largos lados, a veces uno no sabe lo que reza.

Andábamos con la tesitura de medir ambas piernas. ¡Pardiez!, perdón de nuevo, que la imaginación se me desborda a base de tanta hermosura, siendo complejo este teorema, que de sexo nada tiene y sin embargo sale el tema.

Intentaré centrarme en el cateto de la hipotenusa o la hipotenusa cuando ve el cateto en el vértice de isósceles. ¡Rediós que me pasa!,  la fiebre me la está jugando, ¿o son los calores tempranos los que me están matando?. 

Siendo hoy el primer día de clase, viendo que las cuestiones que nos ocupan se me van en cada fase, os libro de medir los lados, para entrar en otros temas, igual de ardientes y mas salados.

Así os dejo, sola en la clase pues no puedo seguir teorizando la geometría sin estudiar la vuestra, esperando que algún día estrenar la muestra.

Una vez leído el mensaje que pondría fin a su triste desatino, el prudente carnicero leía y releía para saber ¡que coño aquello decía!, hasta que el creador de aquella magna carta, le dio el suficiente aliento para estar mas atento y entender aquello que ahora no lograba comprender.

— Veréis mi querido amigo, entiendo que dudando estéis, mas podéis cumplir tranquilo, pues esas letras son vuestro abrigo. Coged la esperanza que ahí os dejo, y no sigáis titubeando, os garantizo, que esta vez no será granizo el resultado de la cosecha, serán los rayos del sol los que os cobijen la mecha.

— Don Ferrando, no dudo de vuestra intención, mas estáis demostrando tanta devoción, que temo que mañana mi María cuando se de cuenta que ni hablo ni escribo semejantes fechorías, cambie de varas y de tercios.

— Me subestimáis Don Francisco. ¡Jamás, vuelvo y repito!, ¡jamás traicionaría la confianza de vuestra merced!, con ello demostráis no conocerme, pues si hay algo a lo que tengo apego, es a la amistad, que pocos dedos tengo, y sin embargo, faldas ni os cuento.

— Me mal interpretáis caballero, quizás no supe expresar mi sosiego, no es por vos, es por el miedo a perder aquello que amo con tanto anhelo.

— Pues marchad y no tengáis mas temores, que a fe y ciencia cierta os digo, que cuando vuestra amada os rinda pleitesía, deberéis aguantar los machos como en  Flandes, y hasta la muerte llegar antes de entregar la bandera, pues ese si, sería vuestro propio paredón y ya no habría solución.

— Aquí hay toro, de eso no debe preocuparse, y del resto… ya veremos.

Finalizada la conversación, ambos y de un apretón de manos, sellaron su condición.

El que utilizaba la poesía para ayudar con maestría, a aquellos que de verdad necesitaban del consejo y secretos de la amatoria, decidió tomar a Baco con armonía, tanto que bebiendo directamente de la jarra tuvo un sueño de marras, que le decía que su deseo se cumpliría, pero que del carnicero, no encontraría pieza entera ni el el cementerio.

Supuso que el efecto del caldo comenzaba a dar sus frutos, así que al rato y sin mas preámbulos, se retiró a su posada, evitando el exceso de humores para el día siguiente, siendo así consecuente y evitando los rumores de alguna que otra retorcida mente.La

La Venganza del Altozano – Capítulo II

Capítulo II

Andaba Don Ferrando tomándose un tinto de Valdemoro en una de las tabernas de la C/ Mayor, solo, consigo mismo y sentado en la mesa, que por derecho de consejos y otros cortejos, había ganado a base de lengua, pluma y espada, cuando un fraile de negra sotana, de aquellos que te abren la puerta del paraíso, ese tan bien vendido, pero que nadie tenía prisa por visitar, se le acercó y sin decir nada, sentó sus reales posaderas en la otra butaca, aquella que estaba tan solicitada para negocios de muchas calañas, la que tercie, siempre y cuando la ganancia le permitiera seguir con su vida malsana.

— Decidme fraile, ¿a qué se debe la compañía de la Santa Inquisición?, o ¿hay algún motivo por el que deba ser juzgado y enviado al paredón?

— No es el motivo de mi visita Don Ferrando, hoy me traen otros quehaceres, entre ellos darle las gracias, puesto que hemos comprobado que nos ha enviado a otro que el perdón de Dios solicita, a base de flagelarse en el convento de San Francisco el Grande.

— ¿A quien os referís?, pues no creo conocer persona que en la vida tanto haya pecado para luego convertirse y a hostias redimirse. 

— Vuestro es el amigo al que con amor hemos recibido, mas intentamos que no apremie con tanta severidad el castigo, puesto que si así sigue, será él su propio verdugo, el que finalice sus penas por el exceso de devoción a nuestro Santo, sin que tal vez sea para tanto. Don Enrique lleva por nombre, antiguo colega de andanzas por tierras de Calvino y Lutero.

— ¿Don Enrique?, ¡pardiez!, que no es para tanto, un lío de faldas no será la causa del dolor que le aflige, otro será el motivo, y este lo desconozco, por lo tanto no puedo ayudaros en la búsqueda de tan cruel falta, puesto que las que yo conozco lo son, pero nada para fustigarse hasta perder la razón.

— Seguid así, necesitamos mas fieles con esa pasión, que nos ayuden a rezar y aclamar a Dios, para que con su bondad perdone a los personajes que se buscan la vida con la fusta o con la espada, con la pluma o con la lengua, que tanto daño hace a esta España, siempre en guerra y en el nombre del Señor.

Así sin más, de la misma forma que llegó y ocupó el lugar santo para unos, e infierno para otros, se levantó sin despedirse, rompiendo la costumbre del tabernero, que bien decía, aquí y siempre, hola y adiós.

Ahí quedó cabizbajo nuestro héroe, llevando su propia cruzada, siendo como era, amigo de sus amigos y ahora culpable por una mujer despiadada que dejó sin fuerzas al aprendiz de Tenorio. Aquella losa que ahora en la espalda cargaba, era demasiado pesada. ¿Por qué su amigo habría tomado una decisión de tanto sufrimiento, sabiendo que la mejor tesitura siempre ha sido un escarmiento?.

En estas llegó otro antiguo camarada y actual socio en alguna que otra justa de paga bien remunerada.

— Don Ferrando, ¡por Dios!, ¡vaya cara! ¿en que puedo seros útil para borrar de una vez esa profunda cicatriz que tanto os atañe, y no os deja disfrutar de la bolsa que tanto amañe nos ha costado, sin caer ni heridos ni apuñalados?

— Un profundo malestar remuerde mi conciencia Don Julián, no hay nada mas duro que fallar a un amigo dejándole morir como un animal.

— ¡Vive Dios que es imposible de vuestras manos!, os conozco en las buenas y en las maduras, en las bravas y en las putas, por crudas que se tercien las cosas, jamás dejáis a un colega, menos aún a un amigo, pongo la mano en el fuego y firmo como testigo.

— Si os dijera que es cosa de mi ciencia, de los consejos que a veces me piden y doy con sumo placer y paciencia, pues nadie es mas agradecido que aquel que conoce el hambre y de pronto le das todo aquello de lo que ha carecido, permitiéndote ver el cambio de su semblanza, a medida que llena la panza.

— Vuestras enseñanzas en terreno de mozas son bienvenidas aquí y después en las chozas. Siguiendo esa sabiduría que con tanto celo dais, no hay mujer que se resista, salvo que el problema sea de vista.

— Hoy he escrito unos versos, que quizás os gusten, no se me ocurre otra cosa, que un réquiem a la vida.

Siendo joven amé. ¡Si!, amé la vida,

la fuerza de mi juventud no me permitía

ver más allá del amor que sentía.

Avancé en años y en sapiencia,

aprendiendo a base de hostias

gracias a la cultura y a la ciencia.

En Cristo siempre creí,

por su valor, por su entrega y por sus cojones,

¿quien mejor que aquel que los pone en los fogones,

para protegernos, perdonarnos sin pedir un puñetero maravedí?

Y aún hay descreídos, cretinos todos ellos, ¡idólatras de su propia egolatría!,

que anteponen sus propios criterios

a la bondad y armonía de los cementerios

robando, asesinando y mancillando al que creó su rebeldía.

Mas os juro que de estudiar no he parado, esperando entender

toda la fe, la mía y la de  los paganos,

la de aquellos que no creen, ni dejan creer.

Propietarios de la verdad,

asiduos de la mentira y la vanidad,

¡dejad a los demás que vean su realidad!

Chorizos, mangantes, cuatreros, sinvergüenzas, ¿que mas podéis robar?

¿No tenéis suficiente con la esperanza,

y la miseria que cubrís con vuestra puñetera panza?

Un altar, un cuchillo y el chilán, esta vez si estará justificado que os hagan rodar.

Y es que me duele el alma,

porque quiero seguir amando,

la vida como antaño, que no se vaya volando,

que siga dulce, amable, cariñosa y en calma.

— ¡Rediós! el religioso os ha ganado por la mano. Os faltan unos tintos, unas justas y se os pasa el problema volando, aquí esquiva y con la otra dando, a mamporros o leñazos y si se tercia, a besos, abrazos y arañazos de alguna joven doncella, que os eclipse el corazón eliminando vuestras penas con dos buenas razones, durante un par de días el dolor se irá de vuestros calzones.

— Vamos que no es para tanto. Es la sotana del fraile que trae las noticias según le baile, ya veréis como en un rato, todo queda por ser un problema del aparato.

— ¡Jajajaja!, ya me parecía a mi, no era posible que vuestra gallardía y entereza quedaran tan mal por el verbo de un traidor a Dios, vestido de sotana que siguiendo sus costumbres, tortura por la tarde o por la mañana, con la misma frialdad que nosotros nos deshacemos de los protestantes, zanjando cuestiones a espada por delante.

Poco a poco, el vino se llevaba los remordimientos, empezando el día como debe ser para tal jerarquía, que de tantos muertos y guerras vividas, no les quedaba otra ilusión que recibir la muerte de un brazo certero, de esos que con un solo toque caes de una pieza y entero sin saber qué ha pasado, si es el vino o verdes te las han segado.

En estas apareció otro no esperado, pero bien recibido, puesto que en muchas y enumeradas ocasiones, habían llenado el cinturón de los pantalones, debido a la gracia del carnicero, que cuando venían malos los tiempos de la bolsa, siempre tenía en cuenta a los soldados de los tercios, dándoles algo qué llevar a la boca, aunque fuere sin dinero.

— ¡Don Francisco!, qué alegría el que nos faltaba para acabar en alguna almadraba y en buena compañía.

— Señores, agradecido me siento por su bienvenida, pero no es momento para caer en otro cerco, ni aun siendo en una sociedad como esta, sería la excusa perfecta de mi María, no está el horno para bollos, si me trinca, aún puedo pasar más hambre que vuestras mercedes en Flandes.

— ¿Qué os ha ocurrido para venir tan inapetente de gloria, Don Francisco ¿es la memoria?, ¡por Dios, vaya día!.

— En absoluto Don Ferrando, son los ardores que causan los amores que no son correspondidos. Mi esposa está de uñas, pues se dice por ahí que en buena compañía me deje unos buenos maravedís, y no es así, de tal forma que alegando el destrozo, no me deja tocarla ni acercarme, imagínese el resto.

— Eso se arregla con buenas palabras y en armonía, no hay mujer que permanezca insensible a unos versos, menos si viene de alguien como usted, tan apuesto.

— Para poemas estoy yo, sin dormir llevo una semana esperando que mi compañera me de la ración correspondiente, y me la da, créame que me la sirve, con uñas y dientes.

— ¿Si tenéis asegurada la cena, qué más podéis pedir?, ¿no es suficientemente amena?.

— Veréis mi fiel amigo, creo que no me he explicado correctamente y por eso no me habéis entendido, la ensalada no es de verduras o de frutas, ¡es de hostias!.

— Ahora sí, aún así sigo pensando que con unos verbos, pero escritos, para impedir que os sacudan mientras los recitáis, y mas tarde le de tiempo a releerlos, vuestra esperanza aumentará, y ella tornará ese odio que tanto daño le hace, por la pasión que necesitáis.

— ¿Vuestra merced cree que funcionará?

— Es de esperar, no obstante qué tenéis que perder?.

— Razón tenéis, pero como no sea de vuestra pluma, que de estos menesteres ando corto y manco, escribir no es mi punto fuerte.

— No os preocupéis, dadme unos minutos y os lleváis la prosa, pero recordad que es vital que la entreguéis con esta flor tan colorida, que nada tiene que ver con una rosa, pero bien sostenida, vuestra amada no podrá hacer absolutamente nada.

Mientras los demás compañeros en vinos y risas se inundaban, Don Ferrando escribía como él sabía, tocando siempre el cariño, el esmero y lo mejor de la lozanía.

— Aquí tenéis, dejadlo en su almohada cuando os marchéis, pero siempre en compañía de esta bella planta, recordadlo bien, pues de ello depende que esta noche tengáis suerte o en la calle os encontréis de repente. Leedla antes, debéis ser consciente y que el exceso de amor no os lleve a la muerte, no quiero ser yo el culpable, puesto que suficiente tengo con la carga de otros muertos y los enterrados en vida.

¡Guapaaaaaaaa!!!!:

Hermosa, firme y de amor llena. Además simpática, pero cuando quieres, ¡que lo da la tierra!.

Y ahora en esta semana, quisiera verte por la noche y por la mañana,  con repiques de campana, demostrarte con pasión que el que escribe, es la mejor solución.

Con tu adorable y grata compañía, seguro que las tardes se hacen cortas,  las noches largas y las mañanas, ¡Ay las mañanas!….

Cuando sonríes dulzura tu mirada lleva impresa, cual anthurium de roja hoja, tierna y dulce, suave y rosa, que a vos os gusta e interesa.

Y del tallo amarillo, ¿que hacemos?, ¡pardiez!, si no conocéis semejante flor, mirad en muestra almohada, y decidme qué he de hacer para ir de visita y volverte a conocer.

¡Vaya toalla!, selectiva, sincera y esplendorosa, cuan duro me ponéis el gualda destino, que así…,  así no puedo seguir tratando a mi sino.

No obstante para cuidar las formas y que vuestra merced no se espante, a partir de ahora…, yo iré por delante, andando con paso firme y con esmero, mientras vos, mi dulce doncella, disfrutáis del bello balanceo de este ternero, pues al menos así no tendré que ver vuestro garbo y luchar contra el diablo para que deje de tentarme.   

Pero también os digo…, que yo sí me dejo, pues lo contrario, sería descortés y para un mal hablado…, un pendejo.

Y con esto me despido, del sueño de un amor herido que de vuestro tesón sabe, pues viéndote cada día mas morena y celosa, ¡me duele, me duele mucho la cosa!

Bien seguro estando, que después de esta os estaréis carcajeando, me despido de vuestra merced, esperando que tanto dolor se me pase, pero no con el tiempo…, que sea rozando.

¡Madre del Amor Hermoso!, si le entrego esto vuelve a hacerme su esposo o acabo en el foso.

— De eso se trata, si no dais en el clavo, seguro que no volvéis a sufrir, simplemente…, os mata.

— Pensaba que la muerte me llegaría de otra suerte, con los menesteres de la pasión y del amor, y no con el estoque de un cuchillo o una espada.

— Id tranquilo, pues mañana disfrutaréis de la vuelta al ruedo, feliz de la azaña de la importancia de un buen credo.

— Creo que tenéis razón en cuanto a los honores, espero no sea yo el que ruede tirado por los caballos.

— No seáis pájaro de mal agüero, que sois todo un torero.

— Eso espero, mañana sabremos quien ha pasado por la guadaña, el toro o el de la muleta,  todo por la meta.

Así, sin más nuestro amigó se despidió, rogando a Dios que intercediera como quisiera, pero que no le faltara el amor de su vida, sin él habría perdido la partida.

— ¿Vuestra merced está seguro del contenido de esa carta?, porque un fiel servidor cree que a nuestro carnicero le van a degollar pero…, con mucho  esmero.

— Mi ciencia hasta ahora no ha fallado, esas letras que salen de mi pluma y mano, llevan el mensaje escrito a conciencia y a su subconsciencia,  ese que distrae a una dama desde la tarde a la mañana sumida en sus ilusiones, perdida en el paraíso de la ficción de su propia imaginación, pensando en el contenido y el peso de dos buenas razones.

— Visto de esa manera, me atrevo a asegurar que el éxito de nuestro afamado carnicero, será conocido en el mundo entero, pues bien se sabe que su María los tiene bien puestos. Si sale bien el asunto, nos llevaremos un disgusto, pues no quedará de él ni para hacer un llavero. Si por contrario sale mal, al menos nos quedará el consuelo de haberle perdido en la lucha con tanto esmero.

— ¡Pardiez que sois positivo!, según vuestra manera de ver es mejor que las ensaladas sigan siendo de hostias a raudales, porque si triunfa le van a dejar sin manantiales. Sabed que el fracaso sería su muerte en vida,  que siendo como es, mejor que se vaya con un sonrisa que sin prisa.

— Sois propietario de la razón en cada momento, pero por vuestro bien espero, que si vence en los lances y desaparece con la mirada sonriente y extraviada, que luego no vengan arrepentimientos, que no os dejan dormir por tantos tormentos.

— Ya los tengo y no duermo, ¿qué más da sumar, que sea suficientemente digno como para que un amigo se vaya al otro lado tumbado, de costado, en cuclillas y empujando con pasión hasta reventar el corazón?

— Ya quisiera para mi ese castigo, si funciona os pediré el testigo.

Así pasaron la tarde hasta finalizar la noche, cantando al vino y al amor, soñando con el éxito de aquellas duras justas que antaño habían mantenido, en tierra seca o mojada, allá en su añoranza y siendo sabedores que en su vida, les faltaba la esperanza de volver con ventura, de cualquier de aquellas crueles guerras, que en el nombre del rey y de España, seguirían donde fuere hasta encontrar la suerte de enfrentarse a la misma muerte, con destreza y cojones o entre vinos y fogones, esperando que el destino les diera un dulce final.

Saliendo ya de la taberna, ambos, escorando de babor a estribor, intentando mantener la posición en mitad de la galerna, tanteando el suelo con las manos y por igual con las piernas, aguantando estoicamente aquella batalla que con Baco habían librado, sujetando los vasos cual espada a punto de dar la final estocada, cayeron al piso, y en aquella lucha en desigual enlace, allí mismo tiraron la toalla, rindiéndose al deshonor por haber perdido las agallas.

— Don Julián, ¡hip!, no hay guerra que el dios del vino pierda, fijáis como andamos, ¡hechos una puñetera mierda!

— ¡Hippp!, no habléis tanto, mantened las fuerzas, que aún nos queda llegar a la paz del descanso en el catre.

Y así de lado a lado de la calle, aguantando la tormenta y el chaparrón, se despidieron.

— ¡Hip!, vaya usted con Dios.

— ¡Vuestra merced primero!, que es un caballero, ¡hip!

La Venganza del Altozano I

La venganza del altozano

Don Ferrando, hidalgo apuesto y rudo, es antecesor de Don Juan Tenorio, y por sus periplos en tierras de Países Bajos, Florencia, Génova, Venecia, Sicilia, y Saboya, de Casanova. Hoy a sus treinta y cinco años harto de picar, suele visitar en la calle Tudescos un lugar por soldados bien conocido, el famoso Mesón de la Tinaja donde suele ir de rondas con sus amigos y viejos camaradas . Estos en ocasiones le solicitan consulta, y muy en especial, si hay faldas complejas que lidiar, pues hablan las malas lenguas, o las buenas, según tercie el interés, que no hay moza en España, que pudiere resistir sus encantos, no por guapo, sino por su lengua y pluma que le hacen atractivo con y sin motivo.

Hombre enjuto, rápido de movimientos y muy bien encorsetado, hecho en mas de mil crueles batallas, de espadas, guerras y muchas posadas, según se dice, posee en el fondo un buen corazón…, pero muy en el fondo.

Don Enrique, alma permanentemente en pena y fiel compañero y amigo de Don Ferrando pide consejo, a ver si puede, de alguna vez empezar un buen cortejo. Y así  transcurre y discurre la conversación y la historia:

— Y dime mi buen amigo. ¿Qué osa molestarte que tan preocupado os veo? Pues sabed que no por callado es necesario ser tonto, y que un buen oído vale mas que un riñón.

— No es menester juzgar ni el contenido ni el contencioso, que para líos, ya no está mi cuerpo, aunque puestos…, hasta el catre.

— ¿Catre?, ¿y esa es la raíz del problema?

— No mi querido amigo, el catre no es la cuestión, es el corazón, que no me cabe en el calzón, y es necesario indicar…, que está a dos tientos de sufrir una grave irritación.

— !Pardiéz que el problema torna grave!, pero hay fácil solución.

— !Fácil!, lo que se dice fácil, lo será para vos, que sois hombre de buenas palabras, verso y prosa remunerada.

— Pero D. Enrique, que de poeta, poeta, solo al comienzo, y siendo cuestión de bragueta, que una vez entrado en discurso, prefiero la prosa, pues con algunas groserías, se pone mucho mas hermosa. Sabed que el catre no es matemática, pero si ciencia y que a vuestra merced con un pequeño curso, no os faltará ni cita, ni audiencia.

— Buen humor nunca os falta D. Ferrando, y en especial con carne ajena, pero cuente, cuente y póngame al día con ese curso, que me pierdo la cena.

— Unos pequeños consejos, y luego un periodo de entrenamiento, que ahí está el sustento. Debe empezar por olvidar la vergüenza, andar erguido y parecer sin serlo…, un sinvergüenza. Esto no es tarea de diez minutos, pero empecemos.

— Supongo que nos llevará un buen tiempo, a ver si con tanta formación en breve cae un batallón.

— Pronto y bien empieza D. Enrique, que en la caza mayor, tan necesario es el humor como la compañía de un buen altozano.

— Pues a por el altozano  y que me venga de mano.

— Al porte y la desvergüenza debe añadir la etiqueta, y ésta, clara y concisa, y que se note la piruleta.

— !Coño, D. Ferrando!, que armado estoy, pero llevo daga, y en este terreno la pica no es viable, que para marcar, marco, ¿pero y luego?

— Si lleváis daga, simulad una espada. Luego Dios dirá, utilizad vuestra cordura, saber e inteligencia con un toque de zorrería, humor, un par de versos, y ya entrados en calor, mucha prosa, agua de Lanjarón y limonada de Moya para vuestra merced. Para ella, algunos mejillones, almejas y un buen vino blanco, que abre el apetito, y a veces con espanto.

— Ya tenéis  la receta, de manera que ahora os toca tirar de la carreta.

— Muy bien D. Ferrando, y hasta pronto, espero que este curso esté bien probado, y que el corazón por fín rompa la carestía, que el hambre acucia y a esta paso, termino con la malvasía.

Pasaron los meses y D. Enrique no aparecía, este motivo era de preocupación, pues no tenía noticas ni sabía de su paradero desde el curso de formación, por lo que a las dos semanas, y haciendo agravio del bolsillo, se dedicó a visitar todas las tabernas de la ciudad. Mira por donde, en esto que paseando por la Calle Mayor y camino de Casa Botín, apareció como alma que lleva el diablo.

— Pero  D. Enrique, !pardiéz! que no se nada de vuestra merced desde la antaña formación y andaba con suma preocupación. Pero si estáis como la bota de vino después de las viandas, escurrido y chupado de frente y de lado. ¿Cuantos días lleváis sin probar bocado?, pinta tenéis de haber dormido mucho tiempo al rocío.

— No me hable vuestra merced, que ando buscando escondite, que por tanta chanza, ya no me queda ni pito ni panza, y ahora estoy en busca y captura y a Dios rogando para que no aparezca ni se repita la escena.

— ¿Pero que me decís caballero, es que no os han ido bien mis buenos consejos?. ¿Que avatares os han tenido tan lejos de vuestra cotidiana vida?,¿Habéis entrenado y entrado en materia?

— Si no es por vos, creedme mi querido y buen amigo, es por la fortuna que tengo, que andaba buscando jaula para un buen pájaro y me encontré en la jaula y el pájaro atado.

— Amigo mío, os garantizo que no era mi intención haberos metido en semejante  lío, pues a Dios pongo por testigo, que solo pretendía enseñaros a conseguir algo de trigo.

— Vuelvo y repito que no es culpa vuestra, pues no encontré el límite en la meta, que por doquier os juro que he disfrutado de vuestra receta. Pero es de Ley,  saber parar buscando el equilibrio y en consecuencia, por abusar de la suerte, un buen altozano, no me dejaba ni el pié ni la mano, y no digamos  la bragueta.

— Pues bien os viene entonces esta experiencia, que la calle es la universidad, y lo que te llevas…, la renta.

— ¿Renta?, !madre de Dios!, ¿así llamáis a la tormenta?

— Relajaos, que después de la tempestad llega la calma.

— ¿La calma?…, será la de los muertos, que a este paso, me deja en los huesos y sin alma.

— Que no hay mal que cien años dure, Don Enrique.

— !Por Dios!, ¡ni cuerpo que lo aguante!

— Mirad que sois exagerado, ya será para menos, habréis de aprender que con las damas, hay que ser mas considerado.

— Pero Don Ferrando, si no es problema de consideración, es que si sigo, el cura tendría que haberme dado la extrema unción. Pero como vos me habéis dicho, y en aprender soy muy ducho, la próxima vez me tocará con cuidado estudiar el cuerpo del que temporalmente me habré de apropiar.

— No es menester que os culpéis, pues os garantizo, que unas veces llueve, y otras cae granizo, y para ello un buen sayo y hasta el cuarenta de mayo.

— Razón tenéis, en cuarentena me habré de poner, y buscar alguien que mientras espero,  me haga de cena, mero y cordero.

— !Pero hombre de Dios!, contad, contad que me tenéis intrigado y a ver si os puedo ayudar, siempre y cuando sea de vuestro agrado.

— Complicado lo veo, a menos que no os importe servir una temporada de señuelo, hasta que el tiempo olvide el chance  y de lágrimas seque el pañuelo.

— ¿Señuelo?, explicadme, pues algo se me escapa.

— Veréis, seguí a pié y juntillas vuestros consejos, todo iba a las mil maravillas, pues ese mismo día empecé con las prácticas, allá en las pedanías. Era salir, coser y cantar, que siempre había una buena moza esperando el yantar.

— Pero…, y entonces, ¿que ocurrió?, que me tenéis in albis.

— In albis estoy yo, que de tanto hambre que había padecido, no supe poner final a las viandas y en consecuencia ahora tengo que andar cabeza abajo, en agosto con sombrero de ala ancha y bigote recortado, pues me persigue un buen altozano, con cadena y candado en mano.

— No me digáis mas, por lo que veo, disteis con otra que tenía un corazón mas grande que el vuestro.

— ¡Ay si os contara!,  y qué siniestro, encerrado y encadenado me tenía en la bodega, dándome todos los días, buena cantidad de zumo de Moya y agua de Lanjarón, para que no bajara el volumen del corazón. Y para que no decayera, además me obligaba a comer como a un buen mozarrón y mire, mire vuestra merced en que me he quedado.

— Durante el día mientras el descanso la obligaba, yo no dormía, pues buscaba salir como fuere de tan brutal prisión, y por la noche, después de la campiña, o mejor dicho batalla, caía rendido hasta que volvía otra vez con el zumo de Moya y el agua de Lanjarón. Días enteros lamentando haberos hecho caso, pero al final y gracias a Dios, encontré la solución, pues se quedó sin remedios para mi corazón y no tuvo otra, que dejarme salir a por la receta, por lo que aproveché y cerrando la bragueta, salí corriendo como alma que lleva el diablo, hasta este momento que a Dios gracias me habéis localizado.

— Pero D. Enrique, si es que en todo hay que tener soltura, porque cuando se da con un toro, o matas o mueres, ese es un problema grave de mujeres, que cuando la plaza es grande, hay que pedir ayuda al primer andante, y salir por peteneras.

— Visto lo visto es mejor el celibato, que un te pillo y aquí te mato,  que para toro ya están los de Miura, que no soy nadie sin orejas y rabo, por lo que partiendo de ahora, me meto a cura.

— Ni tanto ni tan calvo, que vuestra merced es un hidalgo, que con un descanso, ganará mucho mas que rezando. Y…., para la próxima, anótese un tanto, que en esta vida tanto monta, monta tanto, vuestra merced o el altozano. Mas grave habría sido si vuestra doncella, no fuera bella, y puestos a monserga, hablad con ella con buena jerga.

— ¡No D. Enrique!, mas quiero vivir y seguir viviendo, en clausura en un buen convento, que a base de rezar hay buen sustento, que en estos casos mas vale el pájaro encerrado, que ave en cazuela. 

— Pero no sea tan severo, que una experiencia como esta la hará mas entero y a ciencia cierta, mil veces mejor que la omertá.

— Adiós D. Ferrando, que vuestra merced disfrute de sus encantos, que ya tengo bastante espanto.

— Adiós D. Enrique, espero que vuestra merced no vaya a tal residencia, pues el remedio que habéis buscado, carga mi conciencia y me vería obligado, a recluirme a vuestro lado, pues no quiero ser el culpable por haberos ayudado a conocer la ciencia de mi experiencia.

— Id con Dios Don Ferrando, que vuestras enseñanzas han sido buenas, mas no el enseñado, que no supo poner fin a la lozanía y de paso, ni os sintáis mal ni desolado, pues hincharme hice y de muy buenos bocados y ahora toca, lo que toca, hambre de lozanas y a pedir con la mano, para que no vuelva a repetirse, la venganza del altozano.