No hay tono más dulce ni sonido qué más enamore en este mundo que la voz de un canario. Cuando pía engalana la vida de las flores más hermosas del Edén soñado, pero cuando es ella quien suelta las melodías, la tierra se para, las hojas dejan de caer, se vuelven mariposas, vuelan por los confínes de la lava seca que dio nombre a las más afortunadas de todas las islas, las Canarias.
Allí la zanahoria no es para los políticos o burros, sino para isleños y turistas afortunados, de la misma manera que el tomate hecho al sol del picón, o los plátanos en su justo tamaño para adorar a Dios.
Canarias es amor, pasión, son fusas sostenidas en el aire al son de las olas cuando baten las rocas en Sardinas del Norte o se mecen en las arenas blancas de Maspalomas o Las Palmas, ¡Dios de mi vida!, es eso, las ganas de volver de nuevo a nacer mil y unas cien, si fuere necesario para volverlas a conocer.
Esta semana la memoria me viene fresca de nuevo, una voz tan dulce como la miel, hizo eco en mi cabeza como si allí estuviera, entre el sol de Santa Brígida, Tafira, Tejeda, Teror o la misma caldera de Bandama. Quien no ha vivido allí, no sabe de donde salieron las ideas del creador para hacer este mundo, no.
Hoy se empiezan a reconocer los sabores de las plataneras, dátiles, patatas y hasta del pollo, allí sabe diferente, o la vieja a la plancha, no se asusten, nada tiene que ver con las personas, sino con un pescado que sólo en esas islas se da, o de la mejor sidra del mundo, de Barranco Seco, quién lo iba a decir, como las chocolatinas Tirma, una ambrosía de toda la vida con el mejor de los premios internacionales.
Ya era hora que se reconocieran los productos que el cielo trajo con la tierra de los volcanes, el batir de los alíseos o la brisa bañada por la mar sagrada del Atlántico. Siete continentes tiene el archipiélago, siete veces siete amores, siete veces siete veces siete, sus aromas, sabores y el siete de la suerte de quien conoce la magia divina de sus perlas, el Roque Nublo, los Muchachos o el venga ya cristiaaano acompañado del alma y el vuelo del queso de San Mateo servido con pan bizcochao en Santa Brígida, ¡no tiene precio!
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