Capítulo III – Viandas y otros placeres
El sol de la mañana habíase centrado en el ecuador y un poco más, pero nos enviaba las radiaciones como si no estuviera de acuerdo con nosotros, o quizás para darme una colleja por haberme equivocado de ruta y por supuesto, no haber sido capaz de calibrar el servicio del carro, que por cierto, digo y afirmo, que no era el de Manolo Escobar.
Llegamos a la vivienda de la familia de Nicolás Cabrero, el mayor de los varones y único, quien nos recibió con las manos abiertas abriendo la puerta de la estancia dónde íbamos a celebrar la Gran Comida, que no la cena. Digo esto, porque quizás a estas alturas y después de leer todo el viaje, piensen que pueda ser de noche y juro que no se lo reprocho, ¡pero no!, eran un par de horas pasadas del medio día de España, es decir, a eso de las 15:30 o quizás las 16 horas, el momento perfecto para dar rienda suelta a nuestros instintos, ¡perdón!, quería decir intestinos.
Según fuimos entrando nos encontramos la mesa puesta y…, ¡qué grata sorpresa!, aparte del cordero, un político. Ambos asados al estilo segoviano. ¡Que vistas, señores y señoras!, ahí estaba el pobre animal dispuesto a entregarse por las buenas para hacer disfrutar a todo el cortejo, después de muerto, ¡claro está y en paz descanse! ¡Vaya detalle!
Cada cual fue tomando asiento, mientras María Santos, Sole y Rosa, por orden de jefatura, comenzaron a servir una ensaladilla casera de esas que te quitan el hipo. Dos afamados reporteros gráficos grababan las imágenes de tan importante día. Por un lado el ilustre y conocido caballero Abraham, de los de toda la vida, con una caja de registros modelo la hostia y la madre que la parió, una de esas cámaras profesionales que no se equivocan jamás, si el manipulador sabe utilizarla, ¡faltaría más!, y la conocía a la perfección, y por otro lado, el que redacta, con un chisme plano, eso sí con un pantallón y marca la mordida manzana intentando captar el acontecimiento que allí se celebraba.
Me indicaron varios sitios para sentarme, y ¡por Dios que me placía!, pero…, mis padres me ensañaron a no sentarme el primero, y palabrita del niño Jesús, siempre espero, así que en el lugar que quedó, justo entre los robustos caballeros de la mesa, hoy alargada y a la altura aproximada del treinta por ciento, ¡disculpen los detalles!, que a veces se me va la cabeza por peteneras, pero sirve para ilustrarles la longitud del soporte de las viandas…, tomé asiento.
¡Vive Dios!, cómo estaba la rusa, ¡perdón!, quería decir la ensaladilla, no piensen mal, y es que en ocasiones cuando hay algo que me gusta con devoción, le pongo tanto, tanto amor…, que intentando describirlo y siempre me falta un tornillo, en esta ocasión, la justa palabra que finiquita la definición.
-¿Te pongo un poco más?- Me preguntó Rosa.
Y quien iba a decir que no a la raíz de la declinación de tan bella flor en Latín, ¡por Dios!, pues ala, ¡que sí!, y puso la guinda que faltaba.
Cuando el conjunto de los que allí estábamos remataba el primer plato, nuestro anfitrión levantose de la mesa y tomó la dirección adecuada…, hacia el político, con cara de buenas pulgas para los comensales y muy malas para el ejecutado, ¡así son las cosas!, y con una preciosa pieza de la vajilla de la señora María, ¡con dos…!, hizo el evidente signo de Cándido cuando iba a partir el cochinillo. Para aquellas personas que no lo sepan…, partirlo a golpes con el plato. Visto lo visto, salí en defensa de los recuerdos de la familia, porque Enrique, había puesto el ojo y marcaba el entrecejo de forma tan cruel, que estaba dispuesto a acabar de una vez por todas a separar las piezas con la porcelana.
-¡Para Enrique!, que esta tiene muchos años, utiliza la misericordia, que tampoco es para tanto.
Y así hizo, cuchillo en mano, cual frío soldado al que dan una orden de acabar y eliminar al enemigo en pleno silencio, acercó el filo, clavó la punta justo en la nuca y de un certero movimiento…, sin separar la daga del fondo de la cazuela de barro y en ambas direcciones…, separó la cabeza de Pujolín, que así parecía llamarse, o al menos me daba la impresión.
Nadie aplaudió el momento, pero todos, cada uno de los allí presentes, sabía que en este día, un pobre puerco había servido de modelo. ¡Coño!, disculpen vuestras mercedes, ¡caray!, que a veces sueño despierto.
Decía…, que el ejecutor, separó y dividió la cabeza del resto del cuerpo con una maestría propia de un justiciero de afamados restaurantes segovianos, ¡nada más! No piensen ustedes mal, ¡por favor!
Cada vez que separaba un trozo, el chasquido de la piel nos elevaba al séptimo cielo. El ruido era similar al de una hoja seca cuando es aplastada mientras andamos por el bosque en un soleado día de otoño, o quizás mejor nos sirva como ejemplo, el pan tostado al horno cuando lo masticamos. Aún ahora…, después de cenar y explicando la escena…, se me hace la boca agua.
Pobre animal, qué le vamos a hacer, así son las cosas, es la pirámide de la vida y no hay más, Santo Tomás, por aquí, ¡no!, ¡eh!
En cuanto el diestro finalizó la faena, la familia en pleno empezó de desempeñar la labor que a ninguno nos permitió ejecutar, colocando las porciones del porcino halado y la del corderillo en cada escudilla.
Pepe, una vez sentados todos y dispuestos a hincar el diente a los manjares con tanto cariño preparados y servidos, levantose de la silla y a viva voz, reclamó nuestra atención. Allí soltó lo que dijo, unas perlas unidas que conformaron frases de agradecimiento y cariño por el trato que nos estaban dando, y así sin más, tras el aplauso generalizado de los sentados, sillas e incluso el verde tractor, todos a la una, como en Fuenteovejuna y puestos de acuerdo por no se qué, comenzó la libre adoración al gorrino y al ovino con mucho esmero y gran satisfacción.
¡Que bendición!, cómo estaban aquellas viandas, ¡la madre de Dios!, que junto a la ensaladilla y el vino de nuestro Eloy, habían cubierto y superado las expectativas de cualquier invitado, ¡se lo digo yo!
Moviendo mandíbulas en una y otra dirección estábamos todos. Durante ese momento, juro y perjuro, pero con los dedos cruzados, ¡que equivocarme puedo por devoción al marrano!, que allí no había ninguna voz, más bien lo contrario, chasquidos y sorbos de buen caldo y algún susurro que no levantara la concentración. No era plan y no suele darse, pero por si acaso, que algún mago de la zona le diera por resucitar a los bichos y de pronto salieran del plato a salto de mata. Así que puestos en batalla, mejor dejar los huesos limpios que una vez bien aseados ya nos daba igual.
En unos minutos que parecieron segundos no quedaron ni las osamentas del esqueleto, y no era para menos.
Comenzamos con la sobremesa que poco a poco se fue animando recortando el tiempo que nos quedaba para la hora “E”, el momento tan esperado por nuestro querido Enrique, así que viendo como se nos echaba el tiempo encima, decidí tomar la alternativa e ir al grano con un punto que aún no habíamos finiquitado, mejor dicho, dos. El primero de ellos ensayar uno de los relatos de la obra, para ser más concreto, “Doña Juana la Sacristana” y el segundo, una entrevista que Altamira debía realizar a nuestra estrella de hoy, para colgarla en la sección de grandes maestros de la literatura de los dos Últimos siglos en su página www.compraventacoleccion.com , así que viendo el panorama, achuché a la formación y al momento comenzó la función.
En un principio habíamos realizado el reparto de tal manera que de la voz del narrador se haría cargo la garganta de Enrique, para el cura…, Julito, pero teníamos algunos problemas con la representación de Doña Juana, alma permanentemente en pena por la situación de la juventud actual, pero…, Doña María, la reina del grupo de Alfareros en Alcorcón no parecía muy dispuesta a dar vida a la sacristana, así que empezó el rifi-rafe típico de quien quiere pero no se atreve.
Nombramos a la primera voluntaria, en esta ocasión a la entrevistadora del autor, que encajó correctamente los primeros pases, daba los tonos con seguridad, pero le faltaba voz, así que su compañera de viaje de tierras malagueñas, Doña María Luisa, tomo la alternativa dando ese do de pecho que nos faltaba para cumplir con los requisitos como Dios manda. El encargado de narrar la historia de pronto se opuso a seguir con ella, y no se le ocurrió otro disparate, que intentar que el articulista de esta crónica fuera el encargado de llevarla a buen puerto, a lo que respondí:
-Enrique, tengo alto y grave el tono, pero también sabéis que carezco de las entonaciones precisas para dar dulzura y amor a los personajes. Más bien todo lo contrario, en cuanto intente alzar la voz para darles vida, pensarán que estamos a punto de atacar a los moros, lanza y espada en mano y dispuestos a dejarse la piel en defensa de lo que fuere, pues la mía suena más al grito militar de una arenga, que a las palabras que cantan y dibujan en el aire los contenidos y las expresiones de los protagonistas.
Como es de prever, allí que todos me conocían no aplaudieron la decisión por cortesía, pero es la realidad. Le di el testigo a nuestro Pepe, pero en cuanto me di la vuelta ya se lo había dado a Daniel, su hijo, y acertó de pleno. El caballero se puso el disfraz invisible del que describe el acontecimiento del relato, y lo hizo a las mil maravillas, así que allí les dejamos, ensayando parte y final de la representación mientras el requerido y futuro afamado de las letras y su entrevistadora se maquillaban en los camerinos, con la intención de ponerse a la altura de los venideros acontecimientos, para el que nos faltaban un par de horillas. Serían aproximadamente 240 minutos pasado nuestro meridiano del mediodía habitual, ¡a la hora de la comida me refiero!
Mientras escuchaba a los artistas ensayando la genial obra, miraba el reloj solar de vez en cuando, la sombra se iba trasladando y que de la zona de maquillaje y otras leches, no salía nadie. Así que rato en uno y otra parte, empecé a dar un poco de prisa a los interesados, que el sol apuntaba cada vez más bajo. Me asomaba una y otra vez a la puerta donde se estaban preparando con un:
-¡Se está haciendo tarde!
-¡Si casi he terminado!, respondía Altamira
-Así llevas ya un buen rato, a este paso necesitas un par de días.
-¡Que sí, que ya voy!
En fin, que les puedo decir a ustedes sobre estos menesteres que todos conocemos sobradamente. Una hora después, la misma que faltaba para la función, salieron ambos humanos perfectamente vestidos y decorados, cual muñeco y muñeca al estilo Barbie de nuestra época, pero en español y por supuesto…, con unos años más.
Él con vaquero y camisa a cuadros muy bien planchada, y ella…, como una auténtica musa, a la que solo le faltaba el chisme ese que se ponen las hijas de la Gran Bretaña y también condesas, marquesas de esta España sobre la cabeza para parecer salida de una boda real, creo que se denominaba con el mismo nombre de una tal Anderson, ¡sí!, como la de los Vigilantes de la Playa y que estaba…, ¡cómo estaba la criatura!
En los ciento y pico caballos y no sé cuántas yeguas del carro del escritor, salimos quemando herraduras en dirección el punto natural acordado. Después de tomar la única curva que hay con las cuatro ruedas, aparcó junto al edificio del Ayuntamiento. Nos bajamos y enseguida apareció la concejala de cultura de la villa, Doña Tere, para los amigos, y para el resto, pues también. Tras las presentaciones apareció el comandante alcalde Don Manolo, y en las mismas circunstancias que su compañera de gestión, es decir así para todo el mundo. Desde luego puedo decirles que mi saludo les dejó un tanto extrañados.
-¡Hostias, políticos!, con lo bien que me siento entre ellos.
Enrique que vio el percal y como conocedor que es del extraño sentido de humor que poseo, salió al lance para quitar un poco de tensión.
-No le hagáis caso, que se la va la vaina de vez en cuando, pero además es inofensivo.
Enviada una gran sonrisa y calmadas las aguas, abrieron la puerta del edificio de los regidores del pueblo, ¡pero con llave!, no vayan ustedes a pensar mal, que no todos los políticos son malos, más en estos lugares donde todos se conocen y al final la afinidad a un partido borrico, ¡perdón quise decir político!, viene más porque de algún lado hay que estar, que por otras cosa. Puedo además justificar estos menesteres, porque entre otras cosas los jerifantes de estas minúsculas poblaciones son amigos de todos, incluso de la oposición y desde luego puedo garantizarles, que allí los salarios no son como en otros lares, ¡solo faltaba!, y menos con la historia de que esta villa tiene detrás.
En fin, que entramos en la sala dónde se celebran los plenos, pero no los de los bolos, sino las reuniones típicas de…, esto tenemos y ahora que hacemos, y demás menesteres típicos de los que gestionan los fondos que no son reservados, y empezamos a ver como organizábamos el evento.
Mientras Tere o Manolo, ya no lo tengo claro quien fue, nos traían el proyector, aproveché para poner orden en la sala al más puro estilo de un director de cine. Tu ponte aquí y el allá, colócate de esta o de aquella manera, ese perfil te va mejor, se te está cayendo el gotelé, ¡perdón!, el colorete, ¡que vengan los de maquillaje!, ya saben, cuestiones típicas de las puestas previas en escena. El caso es que una vez situados como auténticas estatuas, uno frente al otro y de perfil a la cámara plana modelo la manzana con un bocado, les puse en antecedentes de la importancia de hacer las cosas con naturalidad, y así pasó, desplegaron tanto encanto campechano, que no había forma de lograr una toma sin carcajadas ni bromas, pero muy en especial la entrevistadora, que mostraba tanta vergüenza ante el hombre cámara, que no daba una con las preguntas al entrevistado. Así estuvimos un rato, hasta que encontramos la posición adecuada en la que ella, podía leer sin ser vista y a tramos finalizamos aquel suplicio.
Empezamos a ver las posibilidades del proyector, pero teníamos un problema con la pantalla, por lo visto no funcionaba correctamente, así nos lo hizo saber la concejala de cultura.
-Enrique, ¿puedes conseguir una sábana blanca y salimos al paso con nota media notable? –Le comenté
En esto entra el ilustrísimo 2º de a bordo, Don Manuel, tira de una anilla que había en la pared, y baja la pantalla fijándola con una herramienta dispuesta para la ocasión. La sorpresa fue mayúscula para todos, pero sobre todo para el articulista, tanto que me salió lo que más temía, una de esas bromas que duelen sin haberlo dicho a propósito.
-¡Pero hombre!, tal vez no sabían que la pantalla solo funciona cuando le da el foco del proyector.
Enrique que escucha, yo que me doy cuenta de la que acabo de soltar, miro a Tere y…, ¡tela! Suerte tuve que el protagonista de esta fiesta intercediera de nuevo por éste narrador, porque si no, me envían directamente como cabestro para guiar a los toros en los encierros. Pedí disculpas y aparentemente aceptadas, continuamos con la preparación de la sala que serviría de “congressus punctum” a todas aquellas personas que querían conocer el libro de relatos. Espero haber empleado correctamente el latinazo que me ha enviado ahora mismo Rosa, pero que aparentemente ha quedado niquelado.
Puedo decirles que pasé vergüenza propia, que no ajena en los minutos posteriores, hasta que se me acercó el teniente alcalde y le dije:
-Tengo un cuadernillo de Andayquelesdén, ¡qué menos que daros una sátira política por la metedura de pata!
Y otra vez introduje piernas con pantalón incluido en el hoyo, ¡vaya día!, y eso que me prometí callar y no abrir la boca. Bueno el caso es que no se lo tomó tan mal, por lo que añadí.
-Toma, éste es, pero te voy a pedir un favor, no te lo leas hasta que me haya ido, que o quiero ser esparring de los hastados.
Clavó sus ojos sobre los míos, dejó ver una cómplice sonrisa y me quedé en paz, porque al fin y al cabo no hubo maldad en los arranques incontrolables de aquel hermoso día.
Ya estaba casi todo listo, proyector enfocado, tribuna, sillas todo perfectamente colocado y a la espera del gran momento, eso sí, en previsión de falta de asientos, nuestra reportera del tres al cuarto y mitad se acercó al bar Las Chicas por si se diera el caso de quedarnos sin monturas suficientes, y así ocurrió, le dejamos sin las imprescindibles butacas de cuatro patas con respaldo al más puro estilo piscina en la terraza, puesto que no nos esperábamos tanta asistencia, pueden estar seguro de ello.
Como era el momento de liar un cigarrillo de chocolate, me refiero al de los estancos, no vayan a pensar…, que ahora están de moda los sabores en el tabaco, que si vainilla, húmedo, fresco o seco, menta poleo, ¡de este no hay!, pero ya verán como en poco tiempo le hay incluso con aroma a fabada y cordero para antes de la comida, con aroma a melón, sandía en la época, claro está y en el momento del postre, e incluso a mus y dominó, ya lo verán. Al caso, que me quedo sin tinta en la pluma. Les decía que me asomé a la puerta con la intención de llenar los pulmones a base de unas buenas caladas de delicada nicotina con leves toques de alquitrán de Puerto Rico y unas briznas de chocolate caribeño, cuando de pronto puede observar, cómo alguien subía la cuesta del Ayuntamiento y la iglesia en bicicleta impulsándose a base de escorar el volante con violencia y cariño a la misma vez y a ambos lados, ¡pero sin pedales! El manillar era recto, como si alguien se hubiera cabreado y por sus santos talentos hubiera soldado un tubo de acero de metro y medio de largo. El individuo que manejaba el artilugio era propietario de una pericia hecha a base de darse hostias, ¡digo yo!, porque viendo la inclinación del objetivo y que no había fuerza centrífuga que impulsara el invento, subir aquellos veinte grados de pendiente sin utilizar pedales me parecía algo bastante complicado, quizás, todo depende, porque con unos cuantos cubatas es posible que suba sola gracias a la inercia del alcohol, ¡nunca se sabe!
Se estaba acercando el momento cúspide, la hora “E” que tanto pavor causaba a nuestro ilustre escritor cuando empecé a buscar a otro compañero que venía de Valladolid, a José Francisco Sastre me refiero, autor de entre otras cosas de la saga de Calet-Ornay y al entrar en la sala de nuevo me lo encontré de pie y en compañía de nuestros colegas de pluma. Estuvimos dándole un poco a la húmeda, como se decía antes en los barrios chulos de Madrid, sobre diferentes temas en cuestión y mira por dónde, me dio un relato que obedecía al nombre de Pereza, que en aquel momento no puede leer, pero que más tarde así hice y me sorprendió por la calidad de la escritura, la pasión que había puesto y el contenido. Francamente tuve que darle mi enhorabuena.
Le comenté que se acercaba el momento de colocar a nuestro anfitrión en el tribunal del pueblo, ahí sabríamos tanto él como los demás, si tenía los dotes bien apretados para enfrentarse a sus paisanos y salir por la puerta grande, sin orejas y sin rabo, ¡no vayan ustedes a creer que…,! simplemente es que no sé que decir sobre el diestro, si comento que sale con todos los trofeos igual me tachan de taurino, ¡que no lo soy!, y si hago lo contrario de anti, ¡y tampoco!, así pues dejemos al valiente con todas sus piezas donde antes las tenía colocadas, y si llega el caso, lo pide y es necesario se le castiga con el estiramiento de una de ellas, ¡y ya está!, que siempre es mejor que sobre, ya lo dice el refrán…, a que falte.