Capítulo II
Andaba Don Ferrando tomándose un tinto de Valdemoro en una de las tabernas de la C/ Mayor, solo, consigo mismo y sentado en la mesa, que por derecho de consejos y otros cortejos, había ganado a base de lengua, pluma y espada, cuando un fraile de negra sotana, de aquellos que te abren la puerta del paraíso, ese tan bien vendido, pero que nadie tenía prisa por visitar, se le acercó y sin decir nada, sentó sus reales posaderas en la otra butaca, aquella que estaba tan solicitada para negocios de muchas calañas, la que tercie, siempre y cuando la ganancia le permitiera seguir con su vida malsana.
— Decidme fraile, ¿a qué se debe la compañía de la Santa Inquisición?, o ¿hay algún motivo por el que deba ser juzgado y enviado al paredón?
— No es el motivo de mi visita Don Ferrando, hoy me traen otros quehaceres, entre ellos darle las gracias, puesto que hemos comprobado que nos ha enviado a otro que el perdón de Dios solicita, a base de flagelarse en el convento de San Francisco el Grande.
— ¿A quien os referís?, pues no creo conocer persona que en la vida tanto haya pecado para luego convertirse y a hostias redimirse.
— Vuestro es el amigo al que con amor hemos recibido, mas intentamos que no apremie con tanta severidad el castigo, puesto que si así sigue, será él su propio verdugo, el que finalice sus penas por el exceso de devoción a nuestro Santo, sin que tal vez sea para tanto. Don Enrique lleva por nombre, antiguo colega de andanzas por tierras de Calvino y Lutero.
— ¿Don Enrique?, ¡pardiez!, que no es para tanto, un lío de faldas no será la causa del dolor que le aflige, otro será el motivo, y este lo desconozco, por lo tanto no puedo ayudaros en la búsqueda de tan cruel falta, puesto que las que yo conozco lo son, pero nada para fustigarse hasta perder la razón.
— Seguid así, necesitamos mas fieles con esa pasión, que nos ayuden a rezar y aclamar a Dios, para que con su bondad perdone a los personajes que se buscan la vida con la fusta o con la espada, con la pluma o con la lengua, que tanto daño hace a esta España, siempre en guerra y en el nombre del Señor.
Así sin más, de la misma forma que llegó y ocupó el lugar santo para unos, e infierno para otros, se levantó sin despedirse, rompiendo la costumbre del tabernero, que bien decía, aquí y siempre, hola y adiós.
Ahí quedó cabizbajo nuestro héroe, llevando su propia cruzada, siendo como era, amigo de sus amigos y ahora culpable por una mujer despiadada que dejó sin fuerzas al aprendiz de Tenorio. Aquella losa que ahora en la espalda cargaba, era demasiado pesada. ¿Por qué su amigo habría tomado una decisión de tanto sufrimiento, sabiendo que la mejor tesitura siempre ha sido un escarmiento?.
En estas llegó otro antiguo camarada y actual socio en alguna que otra justa de paga bien remunerada.
— Don Ferrando, ¡por Dios!, ¡vaya cara! ¿en que puedo seros útil para borrar de una vez esa profunda cicatriz que tanto os atañe, y no os deja disfrutar de la bolsa que tanto amañe nos ha costado, sin caer ni heridos ni apuñalados?
— Un profundo malestar remuerde mi conciencia Don Julián, no hay nada mas duro que fallar a un amigo dejándole morir como un animal.
— ¡Vive Dios que es imposible de vuestras manos!, os conozco en las buenas y en las maduras, en las bravas y en las putas, por crudas que se tercien las cosas, jamás dejáis a un colega, menos aún a un amigo, pongo la mano en el fuego y firmo como testigo.
— Si os dijera que es cosa de mi ciencia, de los consejos que a veces me piden y doy con sumo placer y paciencia, pues nadie es mas agradecido que aquel que conoce el hambre y de pronto le das todo aquello de lo que ha carecido, permitiéndote ver el cambio de su semblanza, a medida que llena la panza.
— Vuestras enseñanzas en terreno de mozas son bienvenidas aquí y después en las chozas. Siguiendo esa sabiduría que con tanto celo dais, no hay mujer que se resista, salvo que el problema sea de vista.
— Hoy he escrito unos versos, que quizás os gusten, no se me ocurre otra cosa, que un réquiem a la vida.
Siendo joven amé. ¡Si!, amé la vida,
la fuerza de mi juventud no me permitía
ver más allá del amor que sentía.
Avancé en años y en sapiencia,
aprendiendo a base de hostias
gracias a la cultura y a la ciencia.
En Cristo siempre creí,
por su valor, por su entrega y por sus cojones,
¿quien mejor que aquel que los pone en los fogones,
para protegernos, perdonarnos sin pedir un puñetero maravedí?
Y aún hay descreídos, cretinos todos ellos, ¡idólatras de su propia egolatría!,
que anteponen sus propios criterios
a la bondad y armonía de los cementerios
robando, asesinando y mancillando al que creó su rebeldía.
Mas os juro que de estudiar no he parado, esperando entender
toda la fe, la mía y la de los paganos,
la de aquellos que no creen, ni dejan creer.
Propietarios de la verdad,
asiduos de la mentira y la vanidad,
¡dejad a los demás que vean su realidad!
Chorizos, mangantes, cuatreros, sinvergüenzas, ¿que mas podéis robar?
¿No tenéis suficiente con la esperanza,
y la miseria que cubrís con vuestra puñetera panza?
Un altar, un cuchillo y el chilán, esta vez si estará justificado que os hagan rodar.
Y es que me duele el alma,
porque quiero seguir amando,
la vida como antaño, que no se vaya volando,
que siga dulce, amable, cariñosa y en calma.
— ¡Rediós! el religioso os ha ganado por la mano. Os faltan unos tintos, unas justas y se os pasa el problema volando, aquí esquiva y con la otra dando, a mamporros o leñazos y si se tercia, a besos, abrazos y arañazos de alguna joven doncella, que os eclipse el corazón eliminando vuestras penas con dos buenas razones, durante un par de días el dolor se irá de vuestros calzones.
— Vamos que no es para tanto. Es la sotana del fraile que trae las noticias según le baile, ya veréis como en un rato, todo queda por ser un problema del aparato.
— ¡Jajajaja!, ya me parecía a mi, no era posible que vuestra gallardía y entereza quedaran tan mal por el verbo de un traidor a Dios, vestido de sotana que siguiendo sus costumbres, tortura por la tarde o por la mañana, con la misma frialdad que nosotros nos deshacemos de los protestantes, zanjando cuestiones a espada por delante.
Poco a poco, el vino se llevaba los remordimientos, empezando el día como debe ser para tal jerarquía, que de tantos muertos y guerras vividas, no les quedaba otra ilusión que recibir la muerte de un brazo certero, de esos que con un solo toque caes de una pieza y entero sin saber qué ha pasado, si es el vino o verdes te las han segado.
En estas apareció otro no esperado, pero bien recibido, puesto que en muchas y enumeradas ocasiones, habían llenado el cinturón de los pantalones, debido a la gracia del carnicero, que cuando venían malos los tiempos de la bolsa, siempre tenía en cuenta a los soldados de los tercios, dándoles algo qué llevar a la boca, aunque fuere sin dinero.
— ¡Don Francisco!, qué alegría el que nos faltaba para acabar en alguna almadraba y en buena compañía.
— Señores, agradecido me siento por su bienvenida, pero no es momento para caer en otro cerco, ni aun siendo en una sociedad como esta, sería la excusa perfecta de mi María, no está el horno para bollos, si me trinca, aún puedo pasar más hambre que vuestras mercedes en Flandes.
— ¿Qué os ha ocurrido para venir tan inapetente de gloria, Don Francisco ¿es la memoria?, ¡por Dios, vaya día!.
— En absoluto Don Ferrando, son los ardores que causan los amores que no son correspondidos. Mi esposa está de uñas, pues se dice por ahí que en buena compañía me deje unos buenos maravedís, y no es así, de tal forma que alegando el destrozo, no me deja tocarla ni acercarme, imagínese el resto.
— Eso se arregla con buenas palabras y en armonía, no hay mujer que permanezca insensible a unos versos, menos si viene de alguien como usted, tan apuesto.
— Para poemas estoy yo, sin dormir llevo una semana esperando que mi compañera me de la ración correspondiente, y me la da, créame que me la sirve, con uñas y dientes.
— ¿Si tenéis asegurada la cena, qué más podéis pedir?, ¿no es suficientemente amena?.
— Veréis mi fiel amigo, creo que no me he explicado correctamente y por eso no me habéis entendido, la ensalada no es de verduras o de frutas, ¡es de hostias!.
— Ahora sí, aún así sigo pensando que con unos verbos, pero escritos, para impedir que os sacudan mientras los recitáis, y mas tarde le de tiempo a releerlos, vuestra esperanza aumentará, y ella tornará ese odio que tanto daño le hace, por la pasión que necesitáis.
— ¿Vuestra merced cree que funcionará?
— Es de esperar, no obstante qué tenéis que perder?.
— Razón tenéis, pero como no sea de vuestra pluma, que de estos menesteres ando corto y manco, escribir no es mi punto fuerte.
— No os preocupéis, dadme unos minutos y os lleváis la prosa, pero recordad que es vital que la entreguéis con esta flor tan colorida, que nada tiene que ver con una rosa, pero bien sostenida, vuestra amada no podrá hacer absolutamente nada.
Mientras los demás compañeros en vinos y risas se inundaban, Don Ferrando escribía como él sabía, tocando siempre el cariño, el esmero y lo mejor de la lozanía.
— Aquí tenéis, dejadlo en su almohada cuando os marchéis, pero siempre en compañía de esta bella planta, recordadlo bien, pues de ello depende que esta noche tengáis suerte o en la calle os encontréis de repente. Leedla antes, debéis ser consciente y que el exceso de amor no os lleve a la muerte, no quiero ser yo el culpable, puesto que suficiente tengo con la carga de otros muertos y los enterrados en vida.
¡Guapaaaaaaaa!!!!:
Hermosa, firme y de amor llena. Además simpática, pero cuando quieres, ¡que lo da la tierra!.
Y ahora en esta semana, quisiera verte por la noche y por la mañana, con repiques de campana, demostrarte con pasión que el que escribe, es la mejor solución.
Con tu adorable y grata compañía, seguro que las tardes se hacen cortas, las noches largas y las mañanas, ¡Ay las mañanas!….
Cuando sonríes dulzura tu mirada lleva impresa, cual anthurium de roja hoja, tierna y dulce, suave y rosa, que a vos os gusta e interesa.
Y del tallo amarillo, ¿que hacemos?, ¡pardiez!, si no conocéis semejante flor, mirad en muestra almohada, y decidme qué he de hacer para ir de visita y volverte a conocer.
¡Vaya toalla!, selectiva, sincera y esplendorosa, cuan duro me ponéis el gualda destino, que así…, así no puedo seguir tratando a mi sino.
No obstante para cuidar las formas y que vuestra merced no se espante, a partir de ahora…, yo iré por delante, andando con paso firme y con esmero, mientras vos, mi dulce doncella, disfrutáis del bello balanceo de este ternero, pues al menos así no tendré que ver vuestro garbo y luchar contra el diablo para que deje de tentarme.
Pero también os digo…, que yo sí me dejo, pues lo contrario, sería descortés y para un mal hablado…, un pendejo.
Y con esto me despido, del sueño de un amor herido que de vuestro tesón sabe, pues viéndote cada día mas morena y celosa, ¡me duele, me duele mucho la cosa!
Bien seguro estando, que después de esta os estaréis carcajeando, me despido de vuestra merced, esperando que tanto dolor se me pase, pero no con el tiempo…, que sea rozando.
— ¡Madre del Amor Hermoso!, si le entrego esto vuelve a hacerme su esposo o acabo en el foso.
— De eso se trata, si no dais en el clavo, seguro que no volvéis a sufrir, simplemente…, os mata.
— Pensaba que la muerte me llegaría de otra suerte, con los menesteres de la pasión y del amor, y no con el estoque de un cuchillo o una espada.
— Id tranquilo, pues mañana disfrutaréis de la vuelta al ruedo, feliz de la azaña de la importancia de un buen credo.
— Creo que tenéis razón en cuanto a los honores, espero no sea yo el que ruede tirado por los caballos.
— No seáis pájaro de mal agüero, que sois todo un torero.
— Eso espero, mañana sabremos quien ha pasado por la guadaña, el toro o el de la muleta, todo por la meta.
Así, sin más nuestro amigó se despidió, rogando a Dios que intercediera como quisiera, pero que no le faltara el amor de su vida, sin él habría perdido la partida.
— ¿Vuestra merced está seguro del contenido de esa carta?, porque un fiel servidor cree que a nuestro carnicero le van a degollar pero…, con mucho esmero.
— Mi ciencia hasta ahora no ha fallado, esas letras que salen de mi pluma y mano, llevan el mensaje escrito a conciencia y a su subconsciencia, ese que distrae a una dama desde la tarde a la mañana sumida en sus ilusiones, perdida en el paraíso de la ficción de su propia imaginación, pensando en el contenido y el peso de dos buenas razones.
— Visto de esa manera, me atrevo a asegurar que el éxito de nuestro afamado carnicero, será conocido en el mundo entero, pues bien se sabe que su María los tiene bien puestos. Si sale bien el asunto, nos llevaremos un disgusto, pues no quedará de él ni para hacer un llavero. Si por contrario sale mal, al menos nos quedará el consuelo de haberle perdido en la lucha con tanto esmero.
— ¡Pardiez que sois positivo!, según vuestra manera de ver es mejor que las ensaladas sigan siendo de hostias a raudales, porque si triunfa le van a dejar sin manantiales. Sabed que el fracaso sería su muerte en vida, que siendo como es, mejor que se vaya con un sonrisa que sin prisa.
— Sois propietario de la razón en cada momento, pero por vuestro bien espero, que si vence en los lances y desaparece con la mirada sonriente y extraviada, que luego no vengan arrepentimientos, que no os dejan dormir por tantos tormentos.
— Ya los tengo y no duermo, ¿qué más da sumar, que sea suficientemente digno como para que un amigo se vaya al otro lado tumbado, de costado, en cuclillas y empujando con pasión hasta reventar el corazón?
— Ya quisiera para mi ese castigo, si funciona os pediré el testigo.
Así pasaron la tarde hasta finalizar la noche, cantando al vino y al amor, soñando con el éxito de aquellas duras justas que antaño habían mantenido, en tierra seca o mojada, allá en su añoranza y siendo sabedores que en su vida, les faltaba la esperanza de volver con ventura, de cualquier de aquellas crueles guerras, que en el nombre del rey y de España, seguirían donde fuere hasta encontrar la suerte de enfrentarse a la misma muerte, con destreza y cojones o entre vinos y fogones, esperando que el destino les diera un dulce final.
Saliendo ya de la taberna, ambos, escorando de babor a estribor, intentando mantener la posición en mitad de la galerna, tanteando el suelo con las manos y por igual con las piernas, aguantando estoicamente aquella batalla que con Baco habían librado, sujetando los vasos cual espada a punto de dar la final estocada, cayeron al piso, y en aquella lucha en desigual enlace, allí mismo tiraron la toalla, rindiéndose al deshonor por haber perdido las agallas.
— Don Julián, ¡hip!, no hay guerra que el dios del vino pierda, fijáis como andamos, ¡hechos una puñetera mierda!
— ¡Hippp!, no habléis tanto, mantened las fuerzas, que aún nos queda llegar a la paz del descanso en el catre.
Y así de lado a lado de la calle, aguantando la tormenta y el chaparrón, se despidieron.
— ¡Hip!, vaya usted con Dios.
— ¡Vuestra merced primero!, que es un caballero, ¡hip!