Un magnífico día con Alfareros del Lenguaje – Toledo

Viernes 8:15 Am, anticipándome al habitual atasco de la N-V en hora punta, he llegado con un buen rato de antelación al punto de encuentro donde he quedado con tres de mis compañeros. No hay nada peor que las esperas, aun faltaban 60 largos minutos para la hora “A”, por lo que, sentado en el Capitán Trueno, aprovecho para retuitear temas pendientes en las redes,  últimamente estoy tan ocupado que no tengo tiempo para algo tan elemental como es el mantenimiento de las amistades que poco a poco y a lo largo de un año he ido cuidando en Twitter, Facebook y Google+.

Por fin llegan María Rey, Ignacio León y Julio Valencia y partimos hacia el esperado destino, los archivos de la catedral de Toledo. Con el resto del equipo habíamos quedado a las 11:00 horas en la Plaza de Zocodover.

A la altura de Parla, Enrique E. de Nicolás nos llama por teléfono y nos indica que hace unos veinte minutos que está de camino, a lo que le indico…

-Si es así debemos estar muy cerca uno del otro. Nosotros acabamos de pasar un cartel enorme a la derecha.

Un par de segundos de silencio y responde nuestro compañero.

-Acabo de veros, estás delante de una furgoneta que está justo delante de mi.

Quizás les parezca una tontería, pero tengo que añadir que salimos cada uno sin determinar una hora y sin embargo estábamos uno detrás del otro. Queriendo no habría salido igual. Seguimos nuestra ruta mientras mi copiloto, que esta vez no era Rafael, sino el León de Alcorcón, nos contaba los chistes de nueva promoción y al poco tiempo, sin darnos cuenta, ya estábamos a un paso.

Después de cincuenta minutos de tirar con los 105 caballos sin herraduras, llegamos a la antesala de la histórica ciudad amurallada, justo enfrente de la puerta conocida como la de la Herradura, por lo que siguiendo las instrucciones torcemos a la izquierda buscando ese aparcamiento prometido a precio asumible, es decir, ¡sin tributos! Dejamos el vehículo bien estacionado y nos dirigimos a una escalera mecánica que parece ser tiene un año y algo de vida, detalle que no conocía y no será por no haber estado centenares de veces en tan encantadora villa y que si no fuera por la excelente idea del ingeniero o jefe de urbanismo, turismo o lo que fuere, habríamos necesitado a los bomberos y unas cuentas botellas de oxígeno para subir aquellas empinadas y escarpadas montañas hasta llegar a la parte superior.

Como es de prever alguno a viva voz cantó.

-¡Hay más tramos de escaleras que en todo el metro de Madrid!

Y no es para menos, no es que así sea, pero sí que lo parece, porque entre otras cosas raras son las estaciones del suburbano que se vean casi completas, desde arriba hasta el final, por lo que alguno se impresiona un poco más de la cuenta.

Llegados a la céntrica y medieval plaza con veinte minutos de antelación, nos ponemos en contacto por vía telefónica con el ideólogo de esta trama, Don Gonzalo S. Rey, al que debemos el honor de tan memorable visita.

-Esperadme cinco minutos y os veo. – Me comentó al auricular de mi made in China sin pinganillo.

Si conocen la tierra sabrán que debido a la belleza del entorno, suele ser común y habitual distraerse e incumplir con la puntualidad extrema, incluso para el autor de “La Llamada”, así que nos acercamos al primer bar que encontramos con pinta de no dar un generoso sablazo y nos sentamos en la terraza aprovechando ya de paso, para pedir los pertinentes cafés e incinerar al menos un cigarrillo antes de entrar en el templo de la cultura aún por descubrir.

Cinco fuimos los osados que elegimos aquella acera de metro y poco más con mesa incorporada. Comenzamos a colocar las sillas intentando dejar paso por detrás a la multitud de toledanos de Japón, China, Rusia, Alemania, Chequia y el resto de los países del globo azul que nos permite hospedarnos con tanto amor. Seguido, y como es de Ley en todos los viajes, a buscar el lujoso cuarto de descargas, donde las señoras todas ellas ocupaban el de caballeros, y nosotros esperando y viéndolas ir y venir. ¡qué curioso!, quizás no sepan que las faldas son el símbolo por definición de un cuarto de baño femenino, y que los pantalones, que no tiene por qué ser así, ¡pero lo es!…, ¡el masculino!, el caso es que ante tanta afluencia de señoras y señoritas de todos los lares de este increíble mundo en el que vivimos y que ocupaban el mando y control del lugar donde habitualmente orinamos los caballeros, burros, asnos y demás animales del mismo género, tomé la batuta con astucia y me dije, total, ¿qué me puede pasar?, ¿que me den un revolcón y salga con los pelos como los llevo de costumbre?, así que estudiado el peligro y en cuanto vi la oportunidad…, bragueta en mano, ¡perdón!, quise decir al revés, encontré el momento tan esperado…, y por fin en aquel cuarto tan bien apañado descargué los malos humores liberando la tensión.

Una vez en la zona elegida para compartir el líquido negro en forma de extracto puro mezclado con caliente agua, con leche, una nube, corto, largo, en taza mediana, vaso o internacional y en pequeño recipiente como es mi caso, empezó a llegar el resto de la tribu, en primer lugar el Rey de la velada, que no la Rey, quien nos dijo:

-Os iba a llevar a un sitio estupendo a tomar café.

Y razón tenía Gonzalo, pero…, la decisión ya había sido tomada, así que poco podíamos hacer. A los minutos llegó la que sería desde ese momento la directora y jefa de comunicación de tan ilustre asociación de escritores, alta, esbelta, morena oscuro de pelo y guapa, ¡que todo hay que decirlo!, así es, Doña Pilar Caro y dicho ya sea de paso, ¡bienvenida!

A los ciento veinte segundos apareció otra escritora, esta vez oriunda de la zona Doña Marifé, saludos van, besos que a las recién llegadas hay que dar, que no ha sitio Santo Tomás, ¡que no, aquí no!, en pie y buscando la forma de esquivar a los barandantes del lugar, en fin y al tres por ciento de sesenta, también llegaron los que faltaban, Don Quico Taronji y una gran y bella dama, Doña Carmen, que tiempo no tuve para averiguar el resto de lo que suele ser habitual y que acompañe al nombre. Casi a la vez aparecieron Don Paulino Zamarro y señora.

Todos besados, ¡a ellas me refiero! y dispuestos a compartir y absorber el máximo de información del magnífico edificio que íbamos a visitar, nuestro anfitrión nos señaló la dirección que habíamos de tomar, así que poco a poco cruzando como podíamos entre la mitad de los habitantes de la tierra, que allí estaban palpando la gran historia de la que en sus tiempos llegó a ser capital del mundo de la cultura y por fin hasta que llegamos al punto tan esperado, una puerta de un edificio con no sé cuántos siglos de antigüedad. Gonzalo detúvonos en seco, dio unos golpes, la madera no crujió pero se abrió y en aquel momento, señoras, señores, damas, caballos y demás notarios, me di cuenta, y así lo afirmo, que Don Carlos Ruiz Zafón al que admiro por su literatura…, ¡se equivocó!, ¡como lo digo!, un señor de una altura aproximada de metro setenta, posiblemente algo menos y de azul embatado nos invitó a atravesar e introducirnos en el bálsamo de la ciencia del pasado, así pues me di cuenta que la famosa Biblioteca de los Libros Olvidados, ¡no estaba en Barcelona!, sino en la que fue cuna de la cultura universal, ¡y que me digan lo contrario!

Qué puedo decirles de la sensación una vez en el interior de la fortaleza de las humanidades, letras e ilustres unos y otros también…, apellidos. Otro señor de la misma altura y curioso parecido con nuestro aperturista y acompañante historiador, nos recibió tan serio y contemplativo como quien piensa…, ¡la madre que me parió!, diez iban a ser y con once me las veo, porque nuestro científico descubridor de la Atlántida por casualidad, a Paulino me refiero, apareció con su querida y amantísima esposa, así que tocole lidiar con uno más. El caballero Don Isidoro, en esta ocasión nuestro particular guía por el universo del conocimiento se portó como lo que es, un señor desde los pies a la cabeza y al claustro del edificio nos llevó para darnos las primeras explicaciones del especial momento que íbamos a vivir.

Entramos en el sagrado templo del saber. Libros manuscritos a uno y otro lado de antigüedad tan visible que lo palpábamos y éstos en respuesta nos recibieron con las manos abiertas. Isidoro nos dio el lujazo preparándonos uno de los documentos oficiales firmado de la mano de Alfonso X el Sabio. Piel de cabra y a veces de cabritillo que aún no había nacido eran el papel del momento. Sello de cera unas y de plomo otras veces, eran garantía de la oficialidad e importancia de los documentos.

Con el alma en vilo y la piel de gallina, tanto que hasta el cabello erizado cual perro o gato ante el peligro tenía, pero en este caso por el conocimiento plasmado desde hacía siglos, deseaba llevarme una imagen de ese momento tan memorable para todo los allí presentes, así que sin poder evitarlo y algo tímido…

-¿Pue, pue, pue, puedo hacer unas fotografías?

Esperando la respuesta con el corazón a millón de palpitaciones por minuto, medité la solicitud, no había sido capaz de contener la intensidad del deseo, así que esperando la negativa…

-¡Sí!, puedes hacer fotos.

¡Mamma mía!, no me lo podía creer y mis compañeros tampoco, así que cada uno con sus artilugios especializados en comunicación audio y visual, comenzaron la sesión. María por un lado, Ignacio por el otro, y la internacional prensa allí destacada pidiendo sitio.

Estoy seguro que aparte de la mano de Gonzalo, fueron los mismos libros los que nos pedían que absorviéramos y enseñáramos la cultura al resto del mundo, era como si una nube de letras en latín, arameo, árabe y hebreo nos hubiera envuelto a todos y estuvieran penetrando en los allí presentes por orden del que fue el monarca con más ansias de acumular la máxima de las riquezas universales en la Castilla de aquellos tiempos.

Abierto el pliego de piel pudimos ver perfectamente la firma del regente del centro del mundo en el Siglo XIII. Flashes pitos y demás cámaras grabando en imágenes cada palabra del ejemplar, mientras recogíamos y memorizábamos las explicaciones que recibíamos del erudito, que a base de buenas dosis de elocuencia, nos estaba mostrando la riqueza del pueblo de Castilla, recogida con el amor de quienes saben que la historia, debe ser impresa para que en el futuro cada uno de los venideros humanos, tengamos la información necesaria para comprender quienes somos y qué camino debemos escoger para cometer menos errores.

Un poco más al fondo de la sala, un folio pegado a uno de los armarios que cuidaban de las crónicas rezaba; “Expedientes de Limpieza de Sangre.”

¡Hostias!, y perdonen ustedes el retaco, pero es que lo que estábamos viendo no era para menos, un documento de al menos mil páginas, o eso parecía, reflejaba el esfuerzo de un rico comerciante judío de aquel período, quien tuvo que pasar el requisito previo para seguir con sus tejes y manejes pagando viajes a Génova, Venecia y donde falta hiciera para conseguir el éxito de su esfuerzo, ¡y vive Dios que lo consiguió!, por lo visto el encargado de la investigación obligado se vio a dar el visto bueno, y no es para menos, ¡caray!, que el tiempo de tan importante trabajo permitiole vivir como un auténtico rey durante unos cuantos años.

En fin, corrupción siempre la hubo y este documento es una muestra, puesto que lo que se llamó desde los reyes Católicos hasta el año 1.850 «cristiano viejo», no fue otra cosa que el expolio de quienes entonces eran el poder económico, por lo tanto disponer de tal documento les permitía seguir con sus fructíferos negocios.

Tengo que reconocer que Isidoro amén de historiador, es un excelente capitán de tan insigne buque, tanto en sus maneras de exponer las crónicas de los anales de Castilla como en las formas. Hay quien durante las explicaciones puede llegar a ser un poco aburrido y cuesta seguir el cariz de los acontecimientos. En este caso tengo que decir todo lo contrario, es tanto el amor que siente por lo que estudia, que llega a transmitir su entusiasmo a todo aquel que le escucha, como en la buena cocina, quien de verdad ama lo que hace, transmite con elocuencia y placer su propia sabiduría, ¡así son las cosas!

El Gran Capitán abrió otra de esas puertas que para los novatos visitantes era otro posible tesoro, quizás incluso el de Salomón. Nos hizo, ¡perdón!, púsose delante del cortejo y nos llevó a través de una antecámara a lo que en sus días debió ser el paraninfo de erudición, posiblemente donde reunidos todos los propietarios de la sapiencia hicieron las debidas presentaciones a quienes de verdad lo merecían. Desde lo alto de las escaleras llegaba el olor de la tinta bien derrochada, muebles de caoba color, pieles bien disecadas y por fin, ¡ésta vez no fui yo!, sino el de Santiuste de San Juan Bautista Don enrique Ehhh de Nicolás, el que no pudo resistir la tentación, ahora les pongo en antecedentes, mientras aprovechen el descanso y los anuncios para servirse un vino, cerveza, cubata o un café, ¡si les place!, y si no, pues un bocadillo de caballa, que tampoco va mal para la digestión.

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Pasados los previos publicitarios de los que por cierto, ¡nada cobramos!, pero sí anunciamos por ser el primero de los certámenes de carácter internacional que en colaboración con la célebre Thelma del Escritorio Búho, parte de los presentes en tan ilustres dominios, Alfareros del Lenguaje y por supuesto su vehículo de reconocido prestigio mundial…,Horizonte de Letras. Sigo con la exposición de los hechos acaecidos en tan sorprendente viernes.

Como les decía nuestro anfitrión abrió otra serie de libros, uno y digno es decirlo, copia del original pero avisó, otro visigodo y de verdad, ¡sí, como lo leen!, del año 800, sin la unidad de los milenios delante y del que todos nos quedamos como vulgarmente se dice, ¡pasmaos!, en viejo latín y con unas connotaciones muy especiales en las que nuestro guía nos hizo hincapié, unos extraños símbolos entre renglones que ninguno supo entender, ni siquiera quienes habían estudiado historia, como es el caso de Carmen o Enrique. De las gargantas allí dispuestas no salió una señal de vida, salvo la de nuestra contenida respiración, hasta que de nuevo el jefe al mando nos transportó al origen de las escrituras que estábamos fotografiando como locos, esperando que por fin alguien nos sacara del enigma en que estábamos sumidos, y así lo hizo. Viendo que si seguía haciéndonos esperar acabaríamos en el lado de la oscuridad, tomó una decisión que posiblemente nos salvaría la vida, entre otras cosas debido a la necesidad de saber y la tensión nos tenía tan atenazados que de coger aire, ¡!, y que conste que no soy exagerado.

-Son letras musicales del siglo IX, hay multitud de científicos y personas especializadas en música buscando la manera de recrear las melodías, pero al carecer de pentagrama aún no han podido encontrar ni formular los sonidos según dichas partituras.- nos explicó.

¡Hay que ver! Y nosotros pensábamos que en música estaba todo hecho. Seguimos prestando atención a cada una de las palabras que vocalizaba, nadie quería perderse una coma de la brillante exposición, hasta que finalizado el índice de la sabiduría que abarca este increíble volumen, cerró y lo colocó en su definitivo, ¡eso espero!, hogar y que no pase lo mismo que con los archivos que fueron a parar a manos de aquellos que quieren volver a crear la historia según su propia voluntad, ¡a los separatistas me refiero!, ¡faltaría más!

Llegó el momento de la emoción, pero como es natural del que nada sabíamos que así iba a ser. Isidoro abrió otro armario…, y como quien busca una reliquia, el gran secreto o el mismísimo arca de la alianza, sacó una llave de esas que jamás se estropean y tienen años como para diez generaciones de no sé qué lugar, deslizose con sumo cuidado a otro recinto cerrado cargado de sabiduría, introdujo el santo y seña de metal viejo en la cerradura y abrió la hoja de madera que evitaba que se viera el gracioso contenido de tan cuidada estancia. Extrajo de allí un pequeño libro, un poco mayor de esos que todos conocemos y que tan simpático nos caen, pero que ninguno leemos por la incomodidad del tamaño de las letras y que en cierto modo nos recuerda a aquellas famosas chuletas que tan bien preparábamos en algún examen que pudiera atravesar los sesos de quienes querían aprobar pero no había forma. Guantes de látex y azules siempre, lo acercó ante el público allí pendiente del que sería la gran sorpresa y…, ¡voilá!. Nadie preguntaba el por qué de tanta sutileza al sujetar semejante librillo, hasta que por fin, el guía que en todo momento nos había puesto al día de una ínfima parte de lo que allí se escondía arrancó, y no por peteneras exactamente.

-Este volumen tan pequeño y finamente ilustrado es el Libro de Horas de Isabel la Católica.

Enrique que escucha aquello, el resto que no sabe qué decir. De pronto, sin poder contener su gran ilusión…

-¿Pero de verdad es el de la reina?, ¿pue, pue, pue, puedo tocarlo?, me encantaría tener entre mis manos algo de Isabel, ¡por Dios!

El capitán del cortejo que le mira de reojo, toma aire e hincha sus pulmones, el resto que no sabíamos qué hacer ni cómo actuar y de pronto…

-¡Así es!, era su biblia personal y auténtica mano derecha. Un regalo a la catedral de Toledo.

En ningún momento hizo negativa a la petición de nuestro compañero, pero su mirada y la forma de soltar el CO2 residual del oxígeno antes acumulado de durante larguísimos segundos, daban por sentado que no, así que el de Santiuste de San Juan Bautista se quedó con las ganas y nosotros…, ¡de verlo!

Isidoro siguió mostrando algunas de esas paginitas de tan bellas ilustraciones hechas a mano que sujetaba con sumo amor, al cabo de unos minutos de exposición, lo devolvió a donde debía.

No comento nada del resto del grupo, puesto que allí nadie hablaba, estábamos tan inmersos en ver todas esas maravillas que poco puedo decir.

De nuevo y finalizada la faena, otras escaleras pero esta vez de subida nos llevan a ver el interior de la mismísima catedral, ¡pero desde arriba!, de un pequeño balcón imperceptible y vuelve la emoción.

-Estamos en la habitación de la reina Isabel la Católica.- Volvió por su fueros el guía de la expedición

Todos y a la vez, nos volvemos hacia el particular profesor sin decir esta boca es mía, nadie se atrevió a romper el silencio de un momento tan especial. Paseamos por el interior de la habitación, volvimos a ver el interior de tan enorme templo desde el cielo de la que fue la regenta y creadora junto a mi tocayo del final de la reconquista y unificación de los territorios de esta nuestra España de hoy, cogiendo el aire como si pudiéramos oler y percibir las sensaciones de un personaje tan especial, lejano y cercano a la misma vez y salimos del santuario para volver por los mismos pasos que durante dos horas y algo más nos desplazaron en el tiempo.

Dimos las gracias, uno por uno, tanto a Isidoro como a su hermano Ismael, el auténtico guardián de la Biblioteca de los Libros Olvidados y salimos a la calle a intoxicarnos con el oxígeno limpio de Toledo con brizas de Japón, China, Rusia, EE.UU., México y el resto de la humanidad. Algunos que no teníamos suficiente con el aroma de tantas naciones encendimos los míticos cigarrillos y emprendimos el regreso con una parada, otro sitio especial pero actual de tan simbólica ciudad y de muy similar característica a los mercados que hoy están de moda, donde pides lo que quieres y ahí mismo te lo preparan.

Unas plantas arriba, para se concreto,  la última, nos reservaba una terraza para todos los públicos y especialmente diseñada para encender la nicotina y el alquitrán envasado en un tubo de papel con filtro o sin él.

Unas cervezas, María que coloca la cámara para inmortalizar tan increíble día, aquello que va como le viene en gana y no funciona, vuelta a la carga, otra vez lo mismo, un par de meneos y al final, ¡zhassss!, todos en la misma memoria y en las sociales redes.

Tengo que decirles que aquí no acaba la crónica, entre otras cosas porque fue un día cargado de grandes e intensas emociones, parte de ellas son las que vienen. Un día excepcional del que aún queda por ver quedada entre amigos de las sociales redes, todas y ellos también escritores.

9 comentarios en “Un magnífico día con Alfareros del Lenguaje – Toledo”

  1. Pues hombre, basándose en la lectura de la crónica, tuvo que ser fabulosa la visita, así que, con la más sana, pero la más grande de las envidias, os felicito y espero que ampliéis mis ansias de saber más.

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  2. Excelente exposición Fernando; creo que tienes un gran futuro como cronista. Tu pluma me ha llevado nuevamente a los «tesoros escondidos» en ese lugar por el que tantas veces había pasado , tras esa puerta trasera del claustro de la Catedral, casi invisible y desapercibida; no dejo de olvidar la sensibilidad de Isidoro y la delicadeza con la que nos mostraba los pergaminos,sellos, documentos, libros , ilustraciones y reales estancias; se me han quedado grabados en la memoria los ojos de asombro y la curiosidad de cada uno de los visitantes. Sentí no poder acompañaros más rato . Gracias por haber hecho que me sintiera acogida en vuestro grupo.

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    1. Querida mía, creo que si mi futuro es el de cronista voy a pasar más hambre que el Lazarillo de Tormes, jajaja, pero agradezco de corazón el comentario, que de lleno sé, que realizado está con la mayor de las estimas. Un besazo enoooorme y de nuevo, faltaría más, ¡gracias!, mañana la segunda parte.

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  3. Una interesante visita y una crónica muy bien escrita.
    Un lujo el poder ver esos tesoros literarios.
    Me hubiera encantado ir pero… el liquido a percibir manda.
    Yo viví una temporada en Toledo y es una ciudad cargada de historia donde es un placer caminar por sus calles, soñar despierto, compartir una charla, una comida, un buen vino.
    Un fuerte abrazo
    Fernando.

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